La victoria agónica ante Argentinos Juniors nos cambió por completo el fin de semana. Nada, absolutamente nada, podrá sacarnos la sonrisa de la cara aunque sea por unos días. Un simple triunfo sobre la hora puede hacerte olvidar cualquier pena.
Pero más allá de la alegría por los tres puntos conseguidos en Paternal, hay algo en donde debemos detenernos un buen rato para entender el cambio que se está produciendo desde la llegada de Almirón: la imagen que muestran los nuestros adentro de la cancha.
El equipo puede tener mejores o peores partidos, algo común en este hermoso deporte, pero ya no se entrega como ocurría hace un tiempo atrás. El nivel colectivo empezó a crecer y algunos jugadores sacaron a relucir ese plus necesario para hacer valer lo individual cuando la historia se complica.
Es cierto que la vara estaba baja, que al plantel le faltan refuerzos, que el techo futbolístico todavía está lejos y que con esto quizá no alcance para pelear la Copa Libertadores. Pero es gratificante saber que Boca empieza a desarrollar esa inteligencia necesaria para competir y no salir herido de los partidos en donde no hace mucho tiempo hacía agua.
La identidad futbolística que tanto pedimos parece haber llegado. Ahora, paciencia y tiempo para que el mensaje del cuerpo técnico cale hondo en los futbolistas y siga generando el contagio desde adentro hacia afuera, donde hay millones que esperan sentirse representados.