En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, 20 años del Apertura ’98.
“Hay recuerdos que no voy a borrar/ Personas que no voy a olvidar” canta Fito Páez y en ese canto, se resume este torneo. O mejor dicho, esa canción es la mejor para musicalizar aquel eterno momento…
El anhelo
Éramos ajenos a la alegría, a la felicidad. Nos quedábamos con la ñata frente al vidrio. Todos las alegrías eran para los otros, menos para el pueblo.
Teníamos urgencias y necesidades de abrazarnos, de darnos abrazos infinitos. Nos estábamos acostumbrando a los sinsabores, salvo ganarle a ellos, como la historia mandaba. Pero necesitábamos algo más… Algo que el 29 de noviembre iba a llegar.
Ya había pasado, ocho días antes, la fecha contra Central, en donde dos tipos lloraban frente a la cámara de Canal 13. Tipos que en su jodida vida deben haber llorado, lo hacían por Boca. Ya había pasado el grito de Palermo, al marcar el tercer gol -en Arroyito diciendo “soy el mejor”, para ir cerrando el Apertura. Ya había pasado mucho tiempo y de todo, cuando llegó ese domingo glorioso. Ya había pasado la fiesta en la tribuna del Gigante, cuando se esperaba lo mejor en La Bombonera.
El día D…
Domingo 29 de noviembre. En Villa María el calor es sofocante. Por la mañana mi viejo me levanta y me dice: “Dale que vamos a la pileta”. En realidad me decía: “Dale que quiero volver temprano”. El plan fue invitar a los amigos, para después volver a ver el partido. Antes de partir hacia allá, Gastón salió a comprarse la camiseta al frente de la terminal. Ya equipados, nos fuimos a comer el asado.
Las charlas estaban teñidas de azul y amarillo, la ansiedad hacía que el tiempo pasara más despacio. Como si quisiera que esa tensa calma, preparara mejor el festejo. Al volver del Centro de Empleados de Comercio, el destino era en la calle Manuel Anselmo Ocampo, en homenaje al fundador de la ciudad. Era necesario ir ahí, para empezar a fundar los primeros festejos de una etapa dorada.
El partido no se podía disfrutar, por más que la palabra campeón estaba casi escrita. El primer tiempo era de jugadas que no se terminaban bien, las charlas históricas con René y su mate anfitrión, toda la familia Gandarillas que nos recibía de la mejor manera. Pero lo mejor que se recibió, fue la noticia de que Gimnasia terminaba de empatar contra Central. ¡Éramos campeones! Pero igual, no queríamos perdernos la fiesta en esa fecha 17. Que fue todo lo contrario a la desgracia…
¡Boca es el nuevo Campeón!…
Gritaba Marcelo Araujo, para que gritáramos todos. Todo un país y todos los que estábamos en la casa de Benja. Para que el abrazo fuese una confirmación de lo que sentíamos. Para que mi viejo entendiera lo que significaba y lo transmitiera, porque uno tuvo unos minutos de absoluto silencio. No podía creerse. Era el primer título que se festejaba ya consciente de lo que significaba.
En caravana nos fuimos al centro, donde el calor era el mismo que en la cancha. Ese que no sólo era por el clima, sino por el fuego interno que no se apagaría, ni con todos los chorros que tiraban los bomberos, a los que estaban en el alambrado. Ni a los que dábamos la vuelta una y otra vez, alrededor de la Plaza Centenario.
De golpe se hizo real el poema de Mario Benedetti, donde pide “Defender la alegría como una trinchera/
defenderla del escándalo y la rutina/ de la miseria y los miserables / de las ausencias transitorias /y las definitivas “. Porque hay que “defender la alegría como una certeza /defenderla del óxido y la roña /de la famosa pátina del tiempo / del relente y del oportunismo /de los proxenetas de la risa”. Y hasta Joan Manuel Serrat lo sabía, por eso después de cantar en el Centenario de Barcelona, se tomó un vuelo para visitar y festejar con su amado Boca.
La noche llegó, pero los festejos siguieron en toda la Argentina. Que fue unida por el griterío de millones. De apasionados, que estaban defendiendo la alegría de ser boster@s…
Que de la mano de Carlos Bianchi…
Todos la vuelta vamos a dar! Gritamos y coreamos. Volvimos ese tema un hit mundial, por culpa de alguien que basó su trabajo en sacrificio e inteligencia. Pero sobre todo en confianza. Que le dio la 10 al 10, y le dio la fe a Palermo, que la devolvió con goles: 20 en 19 partidos. Fue el mismo que tenía la entrega de todos, titulares y suplentes, como los millones afuera de la cancha. El que comandó un grupo que con 45 goles a favor, 17 en contra y 45 puntos, nos regalaba un amor invicto y lleno de esperanzas.
Por eso, hace un par de años, cuando lo pude abrazar a Bianchi, lloré como si fuera aquel chico de 1998. Porque gracias a él pasó todo esto. Hace dos años lloré, cuando lo vi, como hace 20 años atrás. Porque volví a reencontrarme con aquel que fui y con esa felicidad que nos hicieron conocer.
A recordar esas postales del 29 de Noviembre, con Cagna llevado en andas, frente a su ex equipo y besando la camiseta, Córdoba cantando, “es un sentimiento no puedo parar”. Román con la sonrisa de oreja a oreja, Bermúdez emocionándose en pleno partido con Samuel, Palermo colgado del travesaño y jugando.
Porque ese equipo y cuerpo técnico, nos hizo tutear a la gloria y escaparle a la muerte. Fueron los superhéroes que llegaban para terminar con los sufrimientos, salvo que sus capas eran camisetas de franja anchas con números en la espalda. Córdoba; Ibarra, Bermúdez, Samuel, Arruabarrena; Basualdo, Serna, Cagna; Riquelme; Adrián Guillermo y Palermo. Además de Navas, Barros Schelotto y La Paglia que entrarían a la cancha.
Porque ese domingo volvíamos a reencontrarnos con nosotr@s mism@s y no lo sabíamos. Ese día empezábamos la cita más importante con la historia, con la leyenda, con el mito. Con la realidad que siempre soñamos y nos estaba esperando.
Ese 29 de Noviembre, ya nada volvería a ser igual. Había que estar a la altura de las circunstancias y de los goles que gritaríamos. Ese día, esa tarde, el amor nos agarró para siempre y no nos soltó. Nosotros nos aferramos a Boca y no lo soltaríamos. Fue final de mi enfermedad, esa maldita falta de aire ante cada derrota, que se iría con las lágrimas con las que había llegado.
Ese día, esos jugadores se convertían en superhéroes. Los más importantes de nuestras infancias y en el resto de los días. Ese día, empezábamos a contradecir a Riquelme, cuando le pidió a un hincha que no lo amara, que él solo era un jugador de fútbol. Ese domingo, fueron mucho más que eso. Tantísimo más, que hasta no se lo puede expresar con palabras.
Fueron la mayoría del país emocionada, la marea de banderas de Boca en el estadio y en todos los puntos de la Patria, la novia festejando en la tribuna, fueron la historia, en otra gran entrega. Estar a las puertas de algo más importante que se vendría, fue la fiesta interminable, con el mejor coro, el mejor vals, la hinchada y las peluquerías -culpa de Martín- desbordadas.
Fueron los responsables de la lección de fidelidad, el abrazo sin soltar, el grito desahogado, el aliento ininterrumpido. Más que siempre, más que en todas las vidas que se pudiesen tener. El sentimiento a flor de piel, el azul y oro bien dentro, ahí latiendo. Esos once tipos, fueron más que eso. Se convirtieron en el estar más presentes que nunca, el mirar más brillante el cielo, el sentirnos más felices que de costumbre, el entender para que habíamos venido a esta vida…
Ese día entendimos mucho más el tema de Fito. Y se resignificó tanto, tanto el “hay (…) Personas que me quiero llevar/Aromas que no quiero olvidar /Silencios que prefiero callar/ Mientras vos (superhéroe) jugas”