A este Boca no le sobra absolutamente nada. Los partidos se le complican de un momento a otro, el juego colectivo no abunda, algunas individualidades siguen en bajo nivel y para ganar tiene que trabajar más de la cuenta. Pero frente a Platense al menos se vio ese fuego sagrado que se necesita para jugar en este club.
El segundo tiempo ante el Calamar no solo dejó el golazo de Briasco en el arco del Riachuelo, sino también la certeza de que cuando las cosas se hacen simples y con coherencia, todo va mejor: los centrales se mostraron firmes, Equi Fernández se acomodó, Medina entró y le dio dinámica al mediocampo, Óscar honró la camiseta número 10 y el resultado se defendió asumiendo el protagonismo.
Ya no quedan dudas en cuanto a Langoni, el pibe que merece titularidad, y es positivo que a Benedetto le haya aparecido un competidor con hambre de gloria como Merentiel. En medio de tantas críticas, algunas constructivas y otras no tanto, es importante rescatar algunos aspectos positivos.
Lo ocurrido en Córdoba obligaba a cambiar la imagen casi que por completo. Lo que pasó ante Talleres no podía repetirse y la gente necesitaba que el contagio se diera desde adentro hacia afuera para irse a casa con la tranquilidad de saber que quienes cuentan con el privilegio de defender la camiseta más prestigiosa del país entiendan el rol que ocupan, más allá de un resultado de turno.
Claro está que conformarse con esto sería bajar demasiado la vara. El techo todavía está lejos y para competir en la Libertadores, el torneo con el que soñamos todos, habrá que ajustar varias cosas. Pero si a la cancha se tiran a los que mejor están, el Único Grande puede sentirse aunque sea un poquito más tranquilo.