Cuando pensé que ningún otro técnico de Boca iba a generarme cosas parecidas a las que me generaron Carlos Bianchi y Alfio Basile, apareciste vos. Llegaste justo después de que el fútbol nos clavara un puñal al corazón con aquel Torneo Apertura 2006 y, sin ser de la casa, entendiste rápidamente los valores de nuestro club.
Con perfil bajo y poniendo al laburo como principal ingrediente para llegar a la receta del éxito, ganaste la sexta Copa Libertadores, nos hiciste llorar de emoción en Porto Alegre e inmediatamente sacaste un pasaje solo de ida a donde habita la gloria. Ese destino es solo para elegidos.

Russo levanta la Copa Libertadores en Porto Alegre.
Pasó el tiempo y volviste. No hubo que explicarte nada, ya lo sabías todo. A los pocos meses, en aquella noche inolvidable del 7 de marzo de 2020, con Diego en cancha, le arrebatamos a River un torneo inolvidable en la última fecha. Pero no todo quedó ahí: tiempo después los sacamos de dos mano a mano y festejamos la Copa Maradona.
Como si todo esto no fuera suficiente para agradecerte de por vida, en 2025, cuando estábamos a la deriva futbolísticamente hablando, pegaste la vuelta para dejar en claro que tu compromiso con Boca iba bien en serio. La Renga dice que el corazón tiene razones que la propia razón nunca entenderá, y así fue.
Mientras la tristeza nos invade, no podemos perder de vista que a partir de ahora nuestra obligación será contarles a las próximas generaciones que hubo un tipo que, sin ser del riñón de Boca, le juró lealtad a los colores desde el día número uno. Ese será el mayor homenaje de todos.
Buen viaje, Miguel. Y gracias por los momentos vividos.

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