Antes de hacer cualquier análisis sobre el triunfazo en el Superclásico, digo que hoy hubo algo especial en las calles del barrio. La gente estaba diferente, como con un semblante ganador antes de que se juegue el partido. No sé bien cómo explicarlo, pero lo sentí apenas llegué a La Boca. Será un día para guardar en la memoria, como tantos de esos que me marcaron cuando era un pibe.
Ahora sí, yendo a lo futbolístico, la cosa no tiene mucho misterio: los pasamos por arriba de principio a fin. Ellos, fiel a su historia en cancha nuestra, entregados, sin proponer nada y con un temor que los pinta de cuerpo y alma. Nosotros, sin ser una máquina, asumimos el protagonismo, los fuimos a buscar y ganamos el partido que había ganar.

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Exequiel Zeballos tuvo la tarde que tanto esperó. Las lesiones y las frustraciones quedaron atrás para darle lugar a la emoción por hacerle un gol a River y poder gritarlo de cara a la gente.
Miguel Merentiel nunca nos deja a gamba en esta clase de partidos. El tipo puede jugar mejor o peor, pero siempre está. Y hoy no fue la excepción: su gol en el arco del Riachuelo se seguirá festejando por varios días.
Leandro Paredes volvió para vivir esto. No hay plata que pueda con lo que dicta el corazón. Ser feliz, llevando la de Boca en la piel, no se consigue en Europa ni en las ligas donde reina el dinero. Sentir siempre será mejor.
Sería injusto no hablar de Milton Delgado, Ayrton Costa y Lautaro Di Lollo, tres que dieron cátedra de cómo se le tiene que jugar a ellos: dientes apretados, metiendo, corriendo y dejando el corazón por el escudo de Boca.
En fin, creo que después de cachetearnos varias veces, el 2025 nos devolvió un pedacito de felicidad a quienes jamás le soltamos la mano al club más popular de la Argentina. Lo tomo como un premio a la fidelidad de una hinchada que a pesar de todo te sigue amando. ¡Aguante Boca!

Zeballos, uno de las figuras del Superclásico. Foto: Getty




