Prometer es una cosa. Prometer y cumplir es otra, pero bien distinta. Leandro Paredes volvió a Boca y se encargó de confirmar que en un fútbol tan contaminado por el dinero, todavía hay lugar para quienes ponen el corazón sobre todo y juegan por los colores.
Cuando todavía no sabía lo que pesaba la Copa del Mundo ni había levantado la Copa América por duplicado, aquel joven oriundo de San Justo que se iba a Europa con poco rodaje en Primera ya soñaba con este momento: el de regresar al club de su amores en plena vigencia.
Cada vez que hablo o pienso en Paredes y su retorno a Boca, hay una cifra que no se borra de mi mente: 31. No porque el número compuesto tenga algo en particular, sino porque es la edad elegida por el campeón del mundo para volver a ponerse la pilcha con la que se crio de chiquito. Sobran los ejemplos de futbolistas que a esa altura de la vida prefieren seguir recolectando billetes y le dan la espalda a sus sentimientos.

Paredes, de joven, con la camiseta de Boca.
Creo que no hace falta ni mencionarlo, pero nunca viene mal escribir un par de palabras más para evitar confusiones: la vuelta de Paredes está varios escalones por debajo de lo que fue la de Juan Román Riquelme en 2007, la de Carlos Tevez en 2015 y la de Martín Palermo en 2004. Las comparaciones son odiosas, pero estos tres próceres de nuestra historia ya se había codeado con la gloria eterna. Ahora, la pelota la tiene el paso del tiempo.
Para cerrar, confieso que antes de exigirle y empezar a juzgarlo como a cualquiera que viste la de Boca, elijo agradecerle. Porque una de las cosas más lindas que tiene el fútbol, al menos para quien escribe, es la ilusión. Y Paredes, volviendo en plenitud, la renovó por completo. Gracias, Leandro.

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