Antes de hacer cualquier análisis, digo algo que no debería sorprender a nadie. Lo que está pasando en este momento es un fiel reflejo de lo ocurrido a lo largo de toda la historia: River está pendiente de Boca para ver cómo planifica su vida y su futuro inmediato.
Mientras ellos disfrutan las vacaciones, mirando la tele, escuchando la radio, leyendo los diarios y las redes sociales, nosotros nos enfocamos en las semifinales del campeonato y soñamos con meternos en la gran definición. En criollo: pendientes de papá, una vez más.
Empezaron el año gastando casi 80 millones de dólares en refuerzos, soñando con que su técnico imite lo hecho por Carlos Bianchi, ilusionándose con ganar la quinta Copa Libertadores e intentando construir un relato de algo que no se compra: la mística. Lo terminaron afuera de todo, silbando e insultando de local y haciendo fuerza por el Xeneize para evitar la Sudamericana del próximo año. Escupieron para arriba y les volvió.
Ojo, no nos comamos la curva: Boca no es una máquina y está lejos de serlo. De hecho, tiene muchas cosas para corregir. Pero desde que Leandro Paredes está entre nosotros algo cambió. Bajamos el perfil, nos alejamos del ruido externo, empezamos a ser noticia por lo hecho adentro de la cancha y le agregamos un condimento clave a la receta: hambre de gloria. Tenemos con qué.
En unos días nos volvemos a encontrar en La Bombonera, nuestro refugio favorito para pasar las buenas y las no tanto, con la ilusión de ver a nuestra camiseta en el partido que todos quieren jugar. Estamos a dos pasos del objetivo. Nosotros, a lo nuestro. Ellos, que sigan viendo (y alentando).

Grupo unido, la clave para afrontar todo lo que viene. Foto: Prensa CABJ.

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