En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el gol superclásico del Apertura ’92.
O los locos de Boca. O Locura. La locura va de la mano con Boca y existen varios hechos históricos que reafirman esa condición. Como los que comenzaron con la radio en Argentina allá por el 1920 y que fueron los pioneros de eso que es la compañía de muchos. La radio que tuvo y tiene a grande protagonistas a lo largo de la historia, que me permite hacer un programa humilde desde Córdoba, pero que me hizo conocer la magia de la que tanto hablan.
La magia también es de Boca. La magia de un superclásico, pero no en cualquier cancha. La Bombonera, todos lo saben –incluso hinchas de otros clubes- posee una mística imposible de disimular. La magia de esas tribunas, de la gente de Boca, no se conoce en ningún lugar. Mientras varios con un complejo de inferioridad muy marcado, se florean por tal o cual bandera, nosotros vivimos día a día, metro a metro, momento a momento con la intensidad propia de gente que tiene ese no sé qué. Esa forma de vida que encontró a varios hace 20 años en el Templo para ver una nueva edición del superclásico.
Al igual que la radio, Boca es la compañía de muchos. Y viceversa. Luego de once años sin campeonar la ilusión era grande. Y la multitud acompañaba a cada partido, porque aquel equipo de Tabárez parecía que podía dar una vuelta. Otra vuelta. Una alegría para el pueblo.
Sergio “El Manteca” Martínez, debe haber sido mi primer ídolo de Boca. Nuevamente Uruguay me marca, y hace que le tenga un cariño particular a ese país que nos dio jugadores e ídolos. Él en ese octubre del ’92 comenzaba a escribir sus páginas doradas en la historia nuestra. Tal vez hace 20 años fue el click. Cuando de arremetida se instaló en todos nosotros. Cuando fue a buscar un tiro libre que comenzara con el pelotazo de Villarreal, que se filtra por la barrera, que la toma y de media vuelta la pone al lado del palo, que pasa entre las piernas de uno de ellos. Él que carismático, rebotero, Re bostero, fue más y más alto en el alambrado. Y no cabía en sí, y tiraba la remera, y era feliz como los de la avalancha. Una avalancha que como pocas veces se vivió en La Bombonera.
Pero veníamos hablando de la radio. De la magia. De la magia de un superclásico en la mejor cancha donde se pueda jugar (dicho por un periódico inglés, para los europeizantes que abundan cerca del Río de la Plata). Como la soberbia, que inunda muy a menudo aquellos barrios, sin esperar que las lluvias hagan lo suyo. El hecho característico en ese momento fue que uno de los más soberbios de los soberbios, tuvo su participación bizarra en el clásico. El árbitro Lousteau vio mancha de Giuntini a Ortega y marcó penal. El 1 a 0 estaba en riesgo. Pero también estaba Navarro Montoya. Y además al frente un plumífero como Hernán Díaz.
En el otro arco Comizzo. Que vio como le tiraban una radio y creyéndosela se puso a escuchar el penal. Daba la espalda al penal y miraba desafiante a la hinchada. Esa hinchada que volvió con la avalancha mejor que la primera. Esa radio que fue el hazme reír de Ángel durante los días de los días y será por los siglos de los siglos. Esa radio mágica que no podía transmitir otra cosa que la volada del “Mono” y el partido que iba a terminar así.
Más cercano en el tiempo Comizzo dijo que si ve una radio en la calle no la toca “ni en pedo”. Tal vez le traiga malos recuerdos. Como ese 11 de octubre de 1992 cuando supo que la magia no se da en todos lados. Que la Bombonera es así, mística, mágica. Como la camiseta de Boca. Como el salto del “Manteca”, que se trepa y trepa al tejido. Como los locos de la Azotea. Junto a los locos de la Bombonera.