El volante recordó sus tiempos en el Xeneize y revivió algunos episodios puntuales. Esto dijo.
Llegó en el 2015 proveniente de Málaga y en reiteradas ocasiones se puso la cinta de capitán. Pablo Pérez estuvo varios años en Boca y pudo dar cuatro vueltas olímpicas, todas en el plano local.
Durante sus años en el Xeneize, acumuló alrededor de 120 partidos y en muchos de ellos, recibió la tarjeta amarilla, una marca registrada en su carrera como profesional y un reflejo de su intensidad a la hora de jugar.
En una mano a mano con Infobae, el volante que defiende los colores de Newell’s Old Boys recordó su paso por el club de la Ribera y allí hizo hincapié en la gran cantidad de amonestaciones:
“Mi cantidad de amarillas se hizo muy popular en Boca. Pero toda mi vida fue así. Antes de llegar a Boca tenía millones de amarillas. Es mi forma de jugar. No me permito ir a una pelota despacio. Sí me cuido de la tarjeta roja. Pero siempre me gustó ir al límite. Ser agresivo en la recuperación. Y a la hora de jugar, bajar un cambio y leer el partido”.
Después, agregó:
“Lo que pasa es que Boca es muy fuerte. Cuando te ponen la chapa de algo es muy difícil sacártela. Igual yo sólo debía rendir domingo a domingo. Boca es eso. No me permitía pensar en una amarilla y renunciar a mi forma de jugar”.
Esta racha marcada por las tarjetas amarillas no solo se dio en el conjunto azul y oro, ya que también se hizo presente en España o en Ecuador, y el volante resaltó:
“Busqué cambiar la amarilla tonta por la amarilla que valiera la pena para el equipo. Algunos jugadores después tienen margen porque a la hora de pelear les sacan pocas tarjetas. Y cuando me sacaban una amarilla tonta se hacía un mundo. Resulta que en Unión de Santa Fe tuve la misma cantidad de amarillas. En España. En Emelec. En Newell’s… Pero no se hablaba como en Boca. Me pusieron esa chapa. Igual no me molestaba. Al fin de cuentas, vienen conmigo”.
Además, el ex Emelec y Málaga reconoció que hubo otras maneras para eliminar esta problemática que se daba en cada partido:
“Más allá de que todos me criticaban, nunca pensé en cambiar. Yo juego así de chico. Lo traté muchas veces con psicólogos. Llegué a la conclusión de que era parte de mí. Y cambiar una forma de ser es difícil. Si bien se pueden corregir errores, por supuesto. Lo traté desde que llegué a Boca, porque se empezó a hablar mucho eso. Tenía un psicólogo en el club. Siempre lo charlaba. Pero era algo que venía conmigo”.
Por último, finalizó:
“Al llegar me dije ‘Ahora en Boca me van a permitir una patada más’. No me permitieron nada… Apenas hacía una falta, tarjeta. Me sacaban rápido la amarilla porque sabían que ahí me tranquilizaba. Decían ‘Vamos a sacarle la amarilla que ahí baja un poco de revoluciones’”.