Ya pasaron los tres goles de Boca. Los tres goles del campeonato. Uno de ellos visto desde muy cerca, tanto que el alambrado debe tener todavía el sello de los que estábamos colgados en él y con fuerza. Ya pasaron 15 minutos del segundo tiempo. Y a mis espaldas están los comentarios típicos del caso: “¿Qué ganas cuando gana Boca?”, “La plata se la llevan ellos y vos te haces mala sangre”, “No entiendo como te pones así por unos tipos que corren detrás de una pelota”, “Estas mal, no te podes poner así por un partido”, “Hay cosas más importantes para preocuparse”…
Hay gente que en la popular baja ya baila y prende bengalas. Hay gente que ya grita la palabra tan deseada, otros que se ríen, los que se pelean con los del equipo rival y yo. A falta de 30 minutos para que termine el partido no aguanto más y las lágrimas brotan. Brotan y se expanden por toda la remera que me acompaño todo el campeonato.
Luego de pasar las dos décadas de vida, es raro sentirse así. O no. Seguro que no. la misma vibración y la misma emoción se hacen presentes. De frente y a los costados la Bombonera me intimida. Suele pasar que miles de personas hagan aún más impactante ese templo que vacío habla por si solo y que se levanta como lo gigante que es. Y uno ahí, luego de haber vivido la época más gloriosa de Boca pero con las ansias de siempre y de ganar. Tan solo eso. O mejor dicho que ellos ganen para que yo festeje, para que uno festeje y lo haga la gente de todo el país que no se puede llegar a Brandsen 805. es por eso que uno se nota un poco raro, porque antes uno festejaba por uno y ahora es por los que no fueron y mis amigos que saben que estoy ahí y que estoy llorando. Ellos lloran, ellos festejan…
Ya van 40 minutos. Faltan cinco y la fiesta se desata. La cuenta regresiva parece cada vez más larga, aunque sabemos que ya está. “Boca de mi vida, vos sos la alegría de mi corazón” se corea. De la emoción no tengo fuerzas para colgarme más alto al alambrado. No importa me pongo a bailar y abrazar al amigo que hice, de unos varios años menos. Que escuchó con detenimiento mis visitas a la cancha. Y yo ahí desde los escalones veo todo, miro todo, no quiero perderme nada.
Las lágrimas esta vez son de felicidad. Muchas veces no lo fueron, en esos momentos estaba mi viejo para decirme que el otro partido lo ganábamos, que me tranquilizara. Esta vez no estaba ahí, por diferentes cosas no pudo ir y yo lo extrañé. Y lo abracé a la distancia y fue el primero que me escuchó ya campeón. “No sabes lo que es esto, gracias por acompañarme tantos años con Boca. Boca es mi vida”. Eso. Simple y complejo a la vez fue lo que le pude decir. No sé si lo pudo escuchar, por todos los que cantaban.
Hace rato terminó el partido. Sigo emocionado. La voz ronca se entrecorta. Las manos tiemblan. Los brazos se elevan dando gracias a lo que sea. Los oídos escuchan la mejor música que existe. Es la de Boca. Los fuegos artificiales dan la frutilla a un postre que hacía tiempo queríamos probar. Y ya sabido campeón, glorioso me dejo llevarme por la emoción una vez más. No contengo nada más. La mezcla de baile y llanto hace que me deje llevar por los que van de un lado a otro. No importa nada. Me doy cuenta que una amiga tenía razón: “Tu vida está cruzada por Boca” me dijo. Y yo le respondí que a pesar de ser uno de mis pilares más importantes, reconozco que es mi vida…
En la cancha como en el día a día, sigo siendo ese hincha apasionado, que se aflige, se desespera, se ilusiona, pero que sigue siéndolo gane o pierda. Es la respuesta a los comentarios típicos del caso, el que se amarga, el que gana mucho cuando gana
Boca y pierde otro tanto. El que tiene una pasión que roza lo absurdo. Como llorar mientras otros ríen pasados los veinte años. Una pasión como creo que son todas las pasiones. ¡Si hasta el amor es absurdo muchas veces! Eso. El amor es la respuesta a los comentarios típicos del caso y a las lágrimas de campeón.