En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la idolatría por Roberto Mouzo.
Hace dos meses:
– Hola… ¿Roberto?
– Sí.
– ¿Mouzo?
– Sí, sí…
– Hola, buenas tardes. Te habla Juanjo Coronell desde Villa María. Si te acordas te fui a saludar hace unos años al hotel, cuando viniste a la Peña de Villa Nueva…
– Ah, sí pibe. ¿Cómo va? Me acuerdo de ustedes. ¿Cómo anda tu viejo?
– …
Hace un mes:
“Rubén, esta voz capaz no la conoces, pero sí a mí por el tiempo jugando en una cancha con una camiseta que te identifica. Felices 50, te habla Roberto Mouzo, es importante para mi transmitirte esto, te deseo de corazón un feliz cumpleaños. Un abrazo de un bostero a otro”. Palabras más, palabras menos, eso fue lo que se escuchó en un salón donde se llevaba a cabo la fiesta sorpresa a mi viejo. Y que mejor para él, que un saludo de un ídolo de Boca que excede la cancha. Que lo es en la vida…
De ahí parte esta nota. De esa llamada que tuve con Roberto. Si bien se lo conocía, el hecho de estar hablando por teléfono con un “cacho” de la historia de Boca, es movilizador. Los hombres simples son los más grandes. Los mejores en un mundo que no perdona el paso del tiempo, y que tiene al olvido como principal arma contra ellos. En algunos aspectos amigarse con el mercado es lo correcto. Otras, hacer farándula en la TV es lo mejor, para que el nombre siga bien presente.
Roberto rompió eso. No hay un solo hincha que no sepa de sus 423 partidos en Boca. El tipo que más veces jugó en nuestro club, me habló durante un mes como uno más. Como un amigo. Ese amigo que te confía que su única camiseta que tiene es la de la final con River en 1976. Y lo dice sin querer reconocer que tiene algo que vale más que el oro en sus manos. Te comenta cuestiones personales de su vida, y te regala parte de ella. Él, que dejó mucho de su vida en Boca.
El tipo que engañó al profesionalismo, cuando lloró después de meterle un penal a Boca, para que su equipo aportara a la estadística un gol, luego de comerse 7. El que nació en Avellaneda, pero tuvo su casa en La Boca. El que festejó los goles de Madurga a River en la tribuna, quien empapeló su pieza con recortes de Boca. El que le metió un “gol Hermouzo” –título de Goles- a River por la Libertadores del ’77, el único que pudo hablar con la Barra en la apretada de La Candela en el ’81. Él, el tipo de las 423 batallas que –revolucionando las matemáticas- son muchas más que mil y una.
También es el que vio desde dentro como se desteñían las camisetas frente a Atlanta, el que no pudo tener su partido ideal en el ’80 contra los primos por jugar… ¡con hepatitis! El que fue echado sin ninguna explicación de las inferiores en 2003, al que lo dejaron libre en 1984, para que luego lo declararan persona no grata. Y sí, también tenemos eso nosotros…
Puedo seguir escribiendo todo el día. Mouzo es el ídolo por excelencia de Boca. No sólo por ser el que más veces tuvo la suerte que millones no, si no por cómo defendió nuestros colores. Hay capitanes de fútbol, y capitanes de Boca. Y entre ellos, Mouzo es uno de los más importantes. Porque su vida fue para y por Boca. Se la regaló. Por eso no es tan descabellado pedir que la próxima estatua sea la de Roberto. Ese tipo que habló durante un mes conmigo como si fuera amigo de siempre. El ídolo que, tocando tierra, se ha agrandado mucho más en mi percepción. Mouzo, o Roberto. El 6. El ídolo. El que merece un homenaje en vida. Una estatua que lo inmortalice. Como para quedar mano a mano con la historia…