
En la siguiente entrega, de la alegría a la tristeza en 24 horas: Del clásico de verano al retiro de uno de los más grandes de la historia.
1)
Ir a Brasil, era también poder confirmar lo que uno sabe: Boca es el más grande en todas partes, inclusive en tierras rivales como las brasileñas.
En los días que estuve, desde los autos me tocaban bocina y en las playas se acercaban a hablarme por esos colores que llevaba. Inclusive sabiendo que ahora el presente no era el mejor.
Mi novia me decía: “Che, ¿qué onda? Todos conocen a Boca”. Las explicaciones llegaban siempre a buen puerto. El respeto y la admiración del país del Jogo Bonito, me reconfortaba. Como así, sentirme cerca estando lejos. Un toallón azul y oro, o la remera en la sombrilla eran señales de que Boquita estaba presente. Mucho más cuando en la playa Campeche de Florianópolis, donde vendían pareos había uno bostero. Más allá que uno de la contra me tildara de vende humo, es cierto: en Brasil manda Boca.
La idea de ir a desenchufarse se llevó a cabo. Salvo en los primeros partidos de pretemporada. Esperando el clásico y el partido por los puntos, el twitter fue el compañero en los primeros encuentros. La insolación, el cansancio y las pocas ganas de seguirlo por ese medio, me desayunaban con el resultado al otro día. Era preferible no verlo, que seguirlo por ahí.
Así llegó el sábado y con él el primer clásico. Último día en Brasil y en la playa. Allí uno de Boca me mira y entendí lo que iba a preguntar: “¿Hoy ganamos?” Hay que ganar, cómo sea fue la respuestas. “Quédate tranquilo que hoy gana Boquita”, fue la finalización de esa charla. De la pregunta a la confirmación. Así, ese sábado ya era azul y amarillo.
Por la noche la comida, y la tranquilidad rara. Es que pesaba que alguno de Boca podría gritar un gol y enterarme de las incidencias del partido. Pero no. Recién cuando la playa de noche era nuestro destino, en un bar se escuchaba un relato en castellano. Ahí los nervios se acordaron de uno y lo siguieron.
Caipira para refrescar y la vuelta al hostel, previo paso por el bar para poder ver los últimos diez minutos. Entonces volví al pibe que estaba y me había dicho que “ganábamos con gol de un chico”. Entonces ese chico, Cristaldo, tuvo una jugada y el “uhhhh” que deschava. Los de atrás de la contra se dan cuenta, y empiezan a decir giladas. Que es siempre lo mismo, que están cagados, que todos atrás, que mirá como son y toda una sarta de giladas que se cortan cuando miro a Maidana en primer plano y le digo: “Con Boca ganaste la Libertadores, con ellos te fuiste a la B”. Entonces se callan, no dicen más nada. Y yo ahí, viendo como la gente a más de 2.000 km festeja. Y por más que sea un partido de verano, significa corar una racha adversa. Entonces Brasil es bossa-nova, samba. Es Caetano Veloso y su beleza. Es el mejor paisaje, junto al que trae la tele desde Argentina. Es la mejor despedida en una semana a puro Boca en Brasil.
Mi novia que me abrazaba me mira asustada y me dice: “Amor, el corazón. Estas agitado”. Yo por dentro pensaba: No, solamente está latiendo.
2)
La alegría era solo brasileña. O mejor dicho, había sido hermoso ver victorioso a Boca en ese lugar que tanta gloria le ha dado al Club. Nada podría hacer sospechar que mientras uno volvía, enfrentando 30 horas de viaje Riquelme iba a dejar el fútbol.
Cuando prendí el teléfono ya en Argentina, llegaron dos mensajes. Los dos de hinchas de otros clubes, que mandaban una foto. Fotos con noticias de que en las canchas ya no se vería magia. Mucho más que palabras. Las que no quería leer.
Entre dormido, esperando que el viaje pasara eso fue una trompada que no quería. Quería que fuese un chiste de mal gusto, o dormirme y volver a despertar y que eso fuese una pesadilla. Pero no. El parador en Entre Ríos confirmaba eso, con un especial improvisado en uno de sus televisores. Allí entendía que empezaba a nacer la leyenda.
En pocas horas, la alegría se esfumaba. Era un dolor profundo, que casi hace llorar si no fuese porque todos en el colectivo estaban despiertos. Nadie se había percatado, parecía, de lo que estaba sucediendo: Román, estaba entrando al olimpo de los no mortales, paradójicamente siendo uno de nosotros. ¿Cómo? Sí. Su amor por Boca, no solo se demostró en el jardín de su casa, en ese templo mágico al que él le dio los mejores brillos, sino en la tribuna. Sufrirá como todos nosotros. Como cuando lloró contra el Bayern o cuando rezó en medio de la Bombonera.
Porque sabe lo que es Boca, eso que muchos dirigentes ni se enteran. Porque fue campeón olímpico, pero en vez de festejar allá, vino a festejar acá. Llegó con lo justo y empató la final de la Recopa. Porque devolvió en tiempo y forma tanto amor. Tres Libertadores, siendo vital en todas. Sin él, las alegrías no hubiesen sido tantas.
Porque cuando pisó la pelota contra el Real, nos estaba cuidando a nosotros. Nos estaba demostrando que los huevos también son en esos momentos. Frenó el tiempo, para que fuese eterno ese momento épico.
La tristeza es porque no pudo despedirse como debía. Los poderosos le ganaron. Esa minoría mediocre, no aguantó tanta grandeza sincera. Tanta pasión despertada, tan inmortal convertirse. Por eso lo desgastaron, y cuando necesitaron esos tipos que ponen pausas en el juego, buscaban a cualquiera menos el jugador más grande en la historia del Club. Porque en el mundo donde la plata manda, el solo pagó con gritos y emociones. Y no con entradas a los que se dicen de Boca y son mercenarios. Y como buen hincha de Boca, no podía jugar contra su Club
La alegría había sido brasileña. Lo quería ver de nuevo en una cancha. Un amigo uruguayo más tarde me diría, que se escapó de la máquina. Siempre fue distinto ate jugadores estandarizados. Él me dijo que los poderosos mediocres no ganaron, porque Juan Román Riquelme reinventó el fútbol…
Eso fue una especie de consuelo. Que no tuve cuando estaba en el colectivo. Ahí cuando mi novia me miró, cómo preguntando qué me pasaba. Yo atiné a mirarla solamente y por dentro le decía: Por un momento, dejé de latir.