Boca pierde y queda expuesto. Ante cada derrota, como la de este domingo en Córdoba contra Talleres, el Xeneize vuelve a llenarse de dudas, se convierte en un equipo poco confiable y saca a relucir su peor cara.
El plan colectivo brilla por su ausencia. No hay un funcionamiento aceitado. No hay un hilo conductor. Ante el primer gol del rival se desmorona todo y se apuesta, únicamente, por lo que puedan hacer algunos jugadores. Manotazos de ahogado para intentar salvar la ropa.
El entrenador tampoco parece tener las cosas claras. Ni en los micrófonos, ni en el armado del equipo, ni mucho menos en el silencio del final. Frases que carecen de coherencia, como la de llevar de a poco a Luca Langoni, y nula autocrítica para explicarle al hincha qué fue lo que faltó, en este caso, en el estadio Mario Alberto Kempes.
Esta película la vimos varias veces. Los resultados van a acompañar porque Boca, por lo general, gana más de lo que pierde. Tampoco es descabellado pensar en la conquista de algún otro título en un futuro no tan lejano. Pero llegó la hora de que el Único Grande empiece a fijarse en las formas para que sus hinchas puedan sentirse representados tanto en la victoria, como cuando las cosas no van bien. El prestigio de la camiseta es demasiado grande como para andar rifándolo así nomás.