En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la primera vez viendo a Boca. Ese recuerdo que jamás nos vamos a olvidar.
El domingo 9 de noviembre, de hace 20 años, al mediodía “la” tía Raquel recibía a los comensales con el grito de “Boca sí, otro no, Boca sí, otro no…”. Para el mediodía del domingo, ya el susto había pasado, no solamente nuestro sino el de “Mili”, mi vieja a la que habíamos llamado al finalizar el partido con la frase necesaria, de mi viejo: “Está todo bien, ya salimos para allá”. Al mediodía del domingo, la familia quería escuchar cómo nos había ido. Mi viejo empezó a contar…
El día…
Todo comenzó en la mañana del sábado 8 de noviembre. Ese día nos levantamos temprano. No recuerdo si mí viejo había ido a laburar o no, sí que estaba todo preparado para el viaje.
Acostumbrado a que hubiera que tener todo listo antes de subir a la ruta, lo más importante que era la camiseta, estaba colgada en la silla para tenerla a la vista siempre. No iba a ser cosa que la olvidara.
Tengo el recuerdo de mí vieja armando el sándwich de milanesa. Para comer en casa o en el viaje. Cerca del mediodía nos pasaron a buscar. En el auto íbamos 4 personas. Julio, el encargado de la Estación de Servicio donde labura Rubén, mi papá; Emiliano, su hijo; Marcelo, uno de los “sobrinos postizos” más queridos por la familia, mi viejo y yo. Las entradas las había sacado el primero, gracias al contacto de “Marce” en Rosario: Carlos, el cuñado de su hermano.
Era un día demasiado caluroso. Dentro del auto, eso se intensificaba… Más en un viaje donde lo primordial era llegar, para estar más tranquilos. En medio de la ruta había un monumento al mate, vaya uno a saber en qué pueblo. Era la invitación a uno de los primeros mates de los que tengo la imagen. Era otra muestra de la “adultez” de ese día. Porque lo importante y lo trascendental era que íbamos a la “Barcelona argentina” por la mejor razón de todas: La primera vez que iba a ver a Boca a la cancha.
Al llegar pasamos por lo de Carlos. Sus indicaciones serían vitales para más adelante. Nos dijo dónde dejar el auto para mayor seguridad, pero también les hizo dejar a los otros dos del cuarteto las camisetas de Boca y a nosotros la cámara que quería estrenar mi viejo. Por el mismo motivo. Fue un acierto por dos razones: la primera es que no sabemos qué hubiese pasado, pero seguramente nada bueno. La segunda es que mi viejo con bermudas, remera de Ushuaia y las ballenas francas y cámara, hubiese sido un turista japonés más que otra cosa.
Antes de dejar el auto, paramos en una estación cercana. En mis primeros diez años, me parecía que la recibida iba a ser gentil. Más cuando todo era azul y amarillo, por más que fuera de ellos. Por eso mi idea primera, se cayó con sus caras de culo. La hostilidad se empezaba a sentir.
Desorden
De camino a la cancha mi viejo, que entendió lo que significaba ese día, empezó a comprar cotillón para lo que pensamos a lo que íbamos: una fiesta. Corneta, un gorro de arlequín de cuatro puntas y la primera bandera –histórica- que se convirtió en la cábala inexorable con el paso del tiempo.
Cuando la fila avanzó y pasamos las vallas, la emoción empezó a sentirse. Pero también la preocupación de que había algo que no andaba bien. Le consultamos a un policía dónde quedaba la entrada, cuál de todas era. Nos indicó y fuimos por esa puerta. Dentro del estadio, mientras los tres grandes hablaban de lo lindo del lugar, me di vuelta y vi que arriba de todo estaba un telón de Central. Cuando mi viejo se dio cuenta, nos miramos sin saber a dónde carajo nos habían mandado. Volvimos a salir y a buscar al “cana” que se había confundido. No le creíamos que era por ahí, a dónde debíamos ir, así que mi papá lo agarró y le dijo: “Vos venís con nosotros por si pasa algo”. Increíblemente la Platea Río Alta, iba a ser totalmente azul y amarilla. Salvo que en tres cuartos por gente de central y un cuarto por nosotros. La división, era una fina línea de policías. Todo muy raro, todo muy preocupante. A mí se me dio por decir, que fuéramos más cerca de la popular, para vivir ese partido más pegado a La 12. Menos mal.
Era 8 de noviembre. Un día después de los 80 años de la Revolución Rusa. El comienzo de otro tipo de revolución en nuestra vida: Estar en una cancha viendo a Boca…
El partido
Cuando salieron los equipos, la explosión fue inolvidable. Palermo era el que más se destacaba, por el platinado. Pero también Guillermo, Bermúdez, Córdoba entre las camisetas “papales” de Central, con el sponsor “General Paz Seguros”. Lo que menos sentíamos era seguridad en esa tribuna y con Castrilli en el campo de juego, pero Óscar nos hizo creer por un momento, que no iba a pasar nada. Justo él, fue el que nos dio sensación de seguridad, cuando a los 15 minutos le atajó un penal a Da Silva, lego de que el Patrón derribara a Coudet. Primera alegría de la noche…
El primer tiempo pasó sin mayores sobresaltos. El equipo canalla, dirigido por Miguel Ángel Russo en ese momento, sintió el golpe y no se pudo recuperar. Si bien el ambiente estaba tenso, no esperábamos lo que vendría. Menos, cuando el “Ñol” Solano abrió el marcador, con uno de los tiros libres más hermosos que recuerde.
De más de 40 metros salió el pelotazo, que Gastón Sessa no pudo atajar. “Lústrelo Latorre, lústrelo. Cómo o va a lustrar el botín derecho” gritaba el relator, por el festejo. Ese era primer desborde. A dos minutos de empezado el segundo tiempo. Ese era el primer griterío de la multitud, de nosotros cuatro, de mi viejo y yo.
A los 58’, Latorre (luego de una jugada donde participaron Riquelme -había entrado en el segundo tiempo por Vivas- y Guillermo), se llevó por delante la pelota y al pasar a los defensores cruzó el derechazo. Segundo rugido, segunda vez en la noche, que el codito de la platea, festejaba frente a todo el pueblo Canalla. Segunda vez que cantábamos que a ellos les teníamos que ganar, segunda razón para exasperar más el ambiente.
Tres minutos más tarde, el “Melli” eludió al arquero y decretó el 3 a 0. En ese momento la emoción era muy grande, la disfonía también y la fiesta aún más. La hinchada bailaba y daba a entender que es la “banda más loca que hay”. Era baile y más en los pies de Román, que según las crónicas de la época había ingresado para que Boca fuese más peligroso y para “contagiar fútbol al resto”.
Y en medio de ese griterío, de ese momento hermoso, la violencia arruinó todo.
Pedazos de baldosas caían al público y a la cancha. “Piedra Libre para Boca” sería el título de Olé, con una foto del árbitro sosteniendo un cascote. En la platea donde estábamos el “Guarda, guarda!” no era solo por lo que caía, sino por los que se nos venían. Una ola de canallas empezó a correr donde estábamos nosotros. Julio y mi viejo fueron al rincón más alejado, Marcelo se quedó con los más chicos, es decir Emi y yo. Y algunos de la barra de Boca, que estaban en la platea se plantaron, hicieron un cordón y gritaron: “A los chicos no los van a tocar”. Mientras que la policía bajaba “centralistas” a cachiporrazos, mi viejo me sostenía fuerte y yo estaba muy aturdido. No entedía bien qué pasaba, si las señas que le veía a Castrilli, que decía allá a lo lejos, mientras los jugadores querían seguir: “¿Qué vamos a esperar, que le peguen a alguien?”.
Cuando el hecho se consumó, cuando el partido se suspendió luego de las bombas de estruendo y los proyectiles, mi viejo me miró y lo primero que dijo fue: “No te vuelvo a llevar más a la cancha, hasta que cumplas 18 años, mínimo…”. Yo sabía que lo que decía era por el cagao que me pasara algo, por mi cagazo que se transformó en su preocupación, por la fiesta que no dejaron que termine como tal. Nos asomamos a ver hacia abajo y seguían las corridas y los policías reprimiendo. Mi viejo se sacó la remera y me la hizo poner. Esa especie de camisón patagónico reemplazó a la camiseta, que se la puso en el calzoncilo. La bandera fue a su media y el gorro a su bolsillo. Era más evidente eso que cualquier cosa, pero pudimos salir igual…
Al volver comimos algo en lo de Carlos. Tratamos de bajar -sin éxitos- las sensaciones, la emoción, euforia, locura, miedo (por lo que nos tiraban los canallas), angustia, nerviosismo, risas, estupefacción. Tratamos de borraros la sonrisa de la cara, por si pasaba alguo de Central, pero la felicidad de la primera vez y con mi viejo, salía por los poros. Al volver, pasamos por la filmadora. No había hecho falta llevarla. Todo, todo absolutamente todo, lo que se vivió quedó grabado en la memoria y en el alma…
P.D.: Gracias Julio, Emiliano y Marcelo por acompañarnos la primera vez. Gracias viejo, siempre.