Un campeón del mundo jugará en nuestro fútbol y es gracias al Xeneize. No viene a pasear, sino a alcanzar la gloria.
Las redes sociales están explotadas; los grupos de WhatsApp entre xeneizes, desbordados y los programas deportivos radio y TV solo hablan de esto. Nadie lo puede creer. Un campeón del mundo llegó a La Boca con el objetivo de alcanzar nuevamente la gloria máxima. Sí, leyeron bien: un campeón del mundo va a ser jugador de nuestro club y va a llevar los colores azul y oro en su piel.
Daniele De Rossi, el italiano de 36 años, llegó a la Argentina y desató una locura. Más de cien hinchas lo esperaron en el aeropuerto en plena madrugada, otros tantos los siguieron hasta la clínica donde se hizo la revisión médica y algunos se lo cruzaron por los pasillos del club. “Fue un caos pero estuvo lindo”, dijo el tano.
Una movida semejante la puede generar solo un club como Boca. ¿Por qué? Porque no es normal que un hombre que tiene la vida resuelta, que disputó 16 temporadas en la Roma (el club de sus amores), que podría estar tirado en una playa o jugando en otra liga menos competitiva como la MLS elija venir acá para cumplir su gran sueño. No, no es algo que ocurra con frecuencia por eso estas cosas deben celebrarse, más allá de no conocer el desenlace final de la historia.
Para tomar dimensión de lo escrito anteriormente solo basta con ver el excelente video que publicó el sitio oficial de Boca, en donde el propio De Rossi es quien le agradece al club por haber cumplido su máximo deseo: vestir los colores de la mitad más uno del país.
Hay una parte que no podemos obviar: el disfrute. Cuando baje la espuma y pase el boom de la presentación de Daniele, que será este lunes, hay que tomar consciencia de lo que está sucediendo y dedicarse a disfrutar. Disfrutar de su jerarquía, de su fútbol, de las anécdotas que vaya contando en los medios, de todo eso y más. Porque, repito, no es normal que un tipo como estos vengan a un club argentino por el simple hecho de tocar el cielo con las manos una vez más.
Apoyo e ilusión, sobra. Lo mejor está por venir.