En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el último partido de Palermo en la Bombonera, hace 10 años…
Hace unos días escuchaba a Darío Sztajnszrajber diciendo que se estaba amigando con la idea de la finitud de las cosas y con la angustia que eso provoca. Y que cuando esta se presentaba, la angustia, como sabía que no puede eliminarla la desplaza para otro lado, resolviéndola de manera creativa, haciéndola palabra, texto, poesía…
Algo de eso pasó hace diez años, a unas horas nomás de que fuéramos testigos de una de las noches más emotivas en La Bombonera. Y no fue por un partido. O sí, pero fue la primera vez en la historia que fuimos a ver a jugar un jugador y no al equipo. Fue la vez que despedimos al máximo goleador de nuestra historia. Al tipo que la engrandeció. Hace diez años estábamos totalmente emocionados por el retiro de Martín Palermo…
12 de junio de 2011
Aquel domingo no importaba nada más que el “9”. Ni la Fecha 18 de un Clausura 2011, donde Boca no jugó su mejor fútbol, pero con alegrías inolvidables -gracias al homenajeado-; ni que Banfield se convirtiese cerca del final del partido en el aguador de la fiesta por unos minutos; ni que el homenajeado desde el minuto cero no haya podido meter un gol. Había metido tantos…
Aquel domingo sólo nos importaba estar en la cancha, para verlo por última vez, en la cancha del equipo que le dio toda la gloria de manera reciproca a su goleador estrella. La llegada hasta el estadio había sido dificultosa, porque parecía que Boca jugaba una final de algún torneo, pero en realidad íbamos a saludar por última vez al que nos había facilitado jugar tantas cosas y por el que habíamos gritado tanto, hasta quedarnos sin voz. La última vez había sido tan sólo una semana antes, frente a Quilmes, cerrando con su gol N° 227, para quedar como el quinto goleador en la historia de Torneos AFA.
Pero ni siquiera eso importaba demasiado. No el gol en sí, si no las estadísticas. Tampoco nos interesaba que quedaba una fecha y que se despediría frente a “su” eterno rival, Gimnasia y Esgrima de La Plata.
Lo que pasaba ese domingo es que la procesión, por vez primera, no era para ver a Boca. Si no que la iniciábamos para demostrarle amor puro, agradecimiento perpetuo y muestras claras de que las procesiones de los presentes no iban a ir por dentro. Iban a salir de a montones, como cuando él festejó su gol en la Selección que nos clasificara a un Mundial.
La previa en los alrededores de la cancha estaba afectada por la Palermomanía. Como siempre, pero ahora sabiendo que llegaba el adiós. Entonces las risas de los recuerdos se entremezclaban con la voz cortada.
Las horas de espera fueron eternas, casi como los meses que Palermo no jugara por lesiones. Los cantitos eran para él, las camisetas eran rendiciones ante él, las banderas eran para él… Y por él.
En una de las esquinas había un pasacalle que decía: “No hay mejor sonido que la red”. Era óptimo en aquel domingo, que íbamos a disfrutar del último concierto en el mejor lugar para sentir eso, gracias a él, que más que un “9”, fue la 9na Sinfonía del Gol.
Vos nos diste los goles, vos nos diste alegrías
“Aplaudan, aplaudan no dejen de aplaudir los goles de Palermo que ya van a venir”, coreaba la gente, mientras un emocionado Martín entraba al estadio, dando muestras de lo que vendría. La gente cantaba y cantaba, la fiesta se iba preparando. Había alguien que se mofaba de River que empataba con Estudiantes, ultimaba chances de quedarse en Primera y se transformaba en Riber. Había otro que cantaba que los iba a extrañar si descendían. Otro, más sensato les decía: Yo no los voy a extrañar, yo voy a extrañar a Martín. Y se sumaba al cantito de que aplaudiéramos, pero una de las pancartas daba la explicación más acertada: No alcanzan los aplausos.
Cuando el “Titán” y Boca salieron a la cancha (con un brazalete que decía: “12/6/11 Se va Palermo”), un estruendo infinito lo dejó atónito. Una Bombonera repleta le gritó gracias a su modo. No faltaba nadie, ni siquiera Diego Armando Maradona que volvía después de mucho tiempo a su palco. No se quería perder por nada del mundo, a uno de los responsables de que hayamos conquistado todo, inclusive el mundo. El que nos había dado oro y tenía un 9 dorado en la espalda.
Fue un rugido estrepitoso. Algo así como lo que siempre generó, pero ahora por su apellido. Antes había sido por gritar “Gol”, ahora por hacerlo con “Palermo”. Ya eran sinónimo de lo mismo.
El partido, si bien fue a un segundo plano casi desde el principio, sirvió para verlo despejar en defensa la primera pelota que tocó: Un zurdazo que generaba avalanchas como siempre, por más que se iba lejos. Bologna era el bandido de la noche quitándole su gol, con un tiro a quemarropa. Gol que todos querían que hiciera, por eso lo buscaban siempre. Inclusive cuando el que anotó fue un compañero, fueron a festejar con él. El partido se completó con un cabezazo a la pelota desde el piso, chilenas fallidas y los goles de él, en el entretiempo, en la pantalla gigante. Se necesitaba un tamaño acorde para sus goles…
Cuando Banfield empató cerca del final, le pedíamos al Señor de los Tiempos que alargara la noche. Que ese partido durase días, que no terminase. No para que Boca ganara, si no para poder seguir viendo en nuestra cancha, al tipo que con 129 goles allí, se había convertido en ganador para siempre…
“Lo que hiciste por Boca no se olvida en la vida”
Cuando el árbitro pitó el final, lo odiamos como nunca. De golpe los papeles que recibieron a Palermo, 90 minutos antes, se volvían a elevar. El “eternamente gracias” parecía tan diminuto ante Martín. El que había logrado minimizar a un equipo campeón en las mismas horas, como Vélez…
Ante ese tipo que había comenzado a escribir su tan famosa película en ese mismo césped en 1997: A nivel juego el 3 de septiembre y a nivel goles el 30 de ese mes.
No sabíamos que 48 horas más tarde recibiría la mención de honor “Senador Domingo Faustino Sarmiento” en reconocimiento a su obra destinada a mejorar la calidad de vida de la comunidad, como padrino de la fundación “SOS Infantil”. Y antes de que la misma fundación le entregara una capa donde se leía “Super Martín”, nosotros ya le habíamos iniciado el homenaje al tipo que nos cambió nuestras vidas. Nuestro súper héroe que nos hizo creer hasta en lo imposible; el que con sus goles, piruetas y manera de ser nos quitó el miedo al ridículo; el que se levantó tantas veces, cuando la vida se encargaba de lesionarle no sólo el cuerpo si no el alma; el que nos dibujó sonrisas de esas que quedan para siempre, que a veces se apagan, pero cuando se recuerdan brillan con la misma intensidad. El tipo que metió más goles que nadie en Boca y que hizo delirar a la tribuna como pocos, el dueño del gol y de la red, al que se le dio un arco en demostración de que ni la amnesia más fuerte nos podría hacer olvidar sus hazañas, sus locuras, sus motivos para ser felices dentro de una cancha… y fuera de ella.
“Este momento es único. Me voy más que feliz. Nunca pensé que iba a recibir de parte de la gente una demostración de cariño como ésta. Es muy duro dejar el fútbol, pero ya estaba decidido” decía en medio de la cancha, con lágrimas en los ojos y con un mundo de gente rodeándolo (como siempre). Y no podía ser de otra manera. Era una demostración de cariño inmensa para uno de los más inmensos.
Quienes estábamos en las tribunas no podíamos dejar de llorar, al igual que los padres de Martín, que no entendían -aún- tanto amor por ese que se había pintado un mechón de pelo, el que se había vestido de mujer para unas fotos, el que se había platinado el cabello, el que se había hecho expulsar por festejos desmedidos, el que con la cabeza hacía explotar los arcos rivales para que las cabezas nos explotasen a nosotros. El que empezó a convertirse en eterno, en los instantes que tuvo con Boca.
Ese tipo nos hacía llorar igual o más que él a quienes estábamos asistiendo a una fiesta, que no debería haber terminado nunca. Por ahí Heber me abrazaba y me consolaba, diciéndome que estuviese bien por haber vivido tanto por ese tipo que me agarró como si fuese una bolsa de papas en 1999 -la primera vez que lo ví-, el que me pidió en 2008 que le dejara de pedir firmas, el que me agradeció un libro de Poemas a Boca en 2005 y dos años más tarde se acordó de mí y del libro, y el mismo que en 2007 me dijo: “Flaco, me seguís por todos lados”. Yo lloraba y no podía dejar de hacerlo, porque se iba una de las mayores razones de las alegrías y felicidades de azul y oro.
Llorábamos todos y todas (como Rosana en Villa María y por lo que su hija Rebeca me diría años más tarde que era la primera vez que la veía así).
No me daban las manos para aplaudirlo, por más que no alcanzaban los aplausos. No me daba más la voz para gritarle, al que me hizo quedar sin voz siempre. No había manera, de en unos minutos devolverle todo lo que él nos dio por el resto de la vida.
Hace unos días escuchaba a Darío Sztajnszrajber diciendo que se estaba amigando con la idea de la finitud de las cosas y con la angustia que eso provoca. Y que cuando ésta se presentaba, la angustia, como sabía que no puede eliminarla la desplaza para otro lado, resolviéndola de manera creativa, haciéndola palabra, texto, poesía…
Un día antes de esa despedida, me amigué por un momento con eso que describe el filósofo… Pero fue tan solo un momento y luego escribí: