Boca no pasó del empate ante Central Córdoba y el nivel colectivo del equipo volvió a despertar las críticas. El Xeneize no disputó un mal primer tiempo, en donde tuvo varias chances claras de gol, pero en el complemento se cayó por completo y terminó mostrando una floja versión.
Cuando el Xeneize necesitaba un cambio de aire, Hugo Ibarra tampoco estuvo a la altura de lo que exigía el partido. El entrenador demoró los cambios, sacó a quien había sido uno de los mejores (Óscar Romero) y dejó a los suyos con un extraño dibujo táctico en cancha: 4-2-4.
Como ocurría en tiempos no tan lejanos, cuando la turbulencia se apoderaba de este viaje, el Único Grande terminó en cancha con cuatro defensores, dos volantes (Equi Fernández y Alan Varela) y cuatro delanteros (Zeballos, Orsini, Merentiel y Villa) para ir en busca de un gol que nunca llegó.
La generación de fútbol fue casi nula, las sociedades brillaron por su ausencia, el nivel individual de los jugadores tampoco pudo romper con la chatura y las llegadas al arco rival en el segundo tiempo pudieron contarse con los dedos de una mano.
El resultado siempre será lo más importante que tenga este juego, pero las formas importan. Tanto en la victoria, como en el empate y en la derrota. Porque cuando la pelota no entre y la historia termine sin final feliz, al menos habrá algo de qué agarrarse para ilusionarse de cara al futuro. Hoy, en Boca, pasa todo lo contrario. Sobra material como para andar tirando la moneda al aire todo el tiempo.