Boca vive una semana, realmente, para el olvido. Por supuesto que en la vida del club más popular del continente pasaron cosas peores que perder un Superclásico de local y que el rival de toda la vida acceda a las semifinales de la Copa Libertadores. Pero de ninguna manera se puede mirar para el costado y obviar lo que sentimos por estas horas. Sería un error propio de alguien que no siente el fútbol como razón de ser.

Todo lo que podía salir mal, salió mal. El equipo dejó una paupérrima imagen en esos partidos que te marcan a fuego con el hincha. Nuestro arquero, descontrolado, increpó a un socio por un reproche desde la tribuna. El entrenador camina por la cornisa y su tiempo parece acabarse. Ellos, avanzaron en el torneo que nosotros tenemos que mirar por televisión y sus refuerzos fueron parte clave para que esto ocurra.

Los jugadores saludan a la gente tras la caída en el clásico. Foto: Imago.

Los jugadores saludan a la gente tras la caída en el clásico. Foto: Imago.

Maradona, genio popular, dijo alguna vez que “Boca tiene que pensar en Boca”. Como tantas otras veces, Diego dio en la tecla. Al fin y al cabo, no hay ni habrá nada más relevante que lo que pase puertas adentro. Pero el futbolero de ley sabe que lo que ocurre en la vereda de enfrente también marca el termómetro. Cosas del ADN de este deporte.

Todavía hay vida en la Copa Argentina, todavía hay vida para clasificar a la Libertadores del próximo año por la tabla general y todavía hay vida para pelear el campeonato, si conseguimos algunos triunfos en fila. Pero, más allá de si la pelota entra o no, se necesita autocrítica. Porque sin eso no habrá un avance real.