Bianchi está en las pisadas de Román, en los centros de Guillermo y en los goles de Palermo. En los festejos agónicos ante Talleres, bajo la lluvia, y frente a Central, en Arroyito. En el salto de Martín hacia los carteles después de hacer un gol imposible contra el eterno rival y en el baile que les dio Pedrito Iarley en Núñez.
Bianchi está en todos lados a la vez. En la inteligencia de Cagna y Pepe Basualdo, en los tres dedos del Chelo Delgado, en el temperamento de Schiavi y los colombianos, en la elegancia de Samuel y en el potrero de Tevez.
Bianchi también está en la evolución del Pato Abbondanzieri, en las subidas de Ibarra y Clemente, en la prolijidad de Battaglia y en la confianza de los jóvenes Caneo, Giménez, Ledesma y Álvarez para jugar como si tuvieran 100 partidos en Primera.
El Virrey flota en el aire todo el tiempo. De vez en cuando se pasea por el Morumbí de San Pablo, en donde supo batir al Palmeiras y al Santos para quedarse con la Copa, y después se da una vuelta por Japón para recordar las hazañas ante el Real Madrid y el Milan.
Bianchi está en todos nosotros. En los chicos que descubrimos la felicidad gracias a él, en los grandes que lograron sanar las heridas de la dura década del 80 y en los que ahora buscan videos en las redes sociales para conocer un poco más de su obra.
Carlos dejó una huella imborrable y nos enseñó, entre tantas otras cosas, que Boca nunca teme luchar. ¡Felicidades, maestro!