Planeta Boca Juniors estuvo en Belo Horizonte para presenciar el partido entre Argentina e Irán y se cruzó a varios simpatizantes xeneizes. Los colores azul y oro acompañan a la Selección. 

Viernes 20 de junio de 2014.

La ansiedad me comía la cabeza. En mi vida estuve tan nervioso por un viaje, y eso que tuve la suerte de presenciar varias finales de Boca en el exterior. Pero esto era diferente, algo único e irrepetible. Dicen que ir a un Mundial es algo inexplicable y yo estaba por vivirlo con mi viejo, el causante de esta hermosa locura llamada fútbol.

El avión partió rumbo a Río de Janeiro, Brasil, a las 6.15 de la mañana desde el Aeropuerto Internacional de Ezeiza. No daba más. Me senté en el asiento, cerré los ojos y le agradecí a Dios por todo lo que pudiese llegar a venir. Sí, sin imaginar lo que sería el desenlace. Mi viejo me miraba y sonreía. Claro, el ya había ido a Francia 98 y me había prometido compartir una copa del mundo juntos.

Cerca de las 10 ya estábamos en la capital del fútbol. En la costanera de Copacabana no entraba un alma. Gente de todos los países caminando por las calles de Río, entonando diferentes cánticos, tomando cerveza  y festejando por estar en la gran fiesta del fútbol. Yo, seguía sin creer en dónde estaba.

Luego de la escala en dicha ciudad partimos rumbo a Belo Horizonte para esperar lo que sería el choque entre la Selección Argentina e Irán. Bajé del avión y ya me sentía como en casa. Miles de hinchas argentinos recorrían el aeropuerto, embanderados y con un sólo grito: “Maradona es más grande, es más grande que Pelé”. Los brasileños miraban y sin decir nada agachaban la cabeza. Una vez más éramos locales.

La noche de Belo fue otra fiesta. Las calles del centro se tiñeron de celeste y blanco y en el aire se escuchaba la canción que horas más tarde sonaría en el Estadio Mineirao: “Brasil, decime qué se siente…”. Sí, la misma que Boca le canta a su eterno rival. La pasión xeneize también trasciende fronteras.

Sábado 21 de junio de 2014

Casi que ni dormí. Y si lo hice no me acuerdo. Me levanté a las 8 y la adrenalina corría por todo mi cuerpo. Había llegado el día con el que soñé durante cuatro años. A las 10 partimos rumbo a la cancha. Los fanáticos argentinos peregrinaban rumbo al estadio donde habitualmente hace de local Cruzeiro y el “Vamos, vamos Argentina…” no dejaba de sonar. Se me salía el alma de tanto cantar.

Una vez que entre al estadio y me senté en la butaca volví a agradecerle a Dios por el momento que me estaba haciendo vivir. Salieron los equipos y llegó el momento de los himnos. Los ojos llenos de lágrimas y el “oh, oh, oh”, abrazado con mi viejo, me dejaba sin aliento. No podía parar de llorar. Y dicen que no hay nada más lindo que llorar por fútbol.

El partido, en cuanto a lo futbolístico, fue malo. Pero que importa, si soy de los que piensa que en los mundiales hay que ganar y luego jugar bien. Si no preguntale a Italia en Alemania 2006. En fin, los minutos corrían y el 0-0 parecía clavado.

Pero otra vez pensé y le pregunte al de arriba: “Me vine hasta acá, gasté una fortuna, ¿me vas a regalar un empate?”. Pasaron cinco minutos y Messi agarró la pelota sobre el sector derecho. “Hacelo ahora, Leo”, dije en voz alta. Gambeteó a uno o dos, ya ni me acuerdo, y sacó el remate. Cuando vi que la pelota tocó la red, y esta última se infló, corrí desesperado a abrazar a mi viejo que ya estaba envuelto en lágrimas.

No podía creerlo. Si me decían que el viaje salía el doble pero tenía ese desenlace, lo pagaba igual. Algo único, irrepetible e imborrable de mi cabeza. Pasarán los años y me seguiré acordando de aquel momento, de aquella tarde y del enorme abrazo que me di junto a mi papá.

Miles de argentinos festejando en las calles de Belo Horizonte. Nadie podía parar de revolear la remera ni dejar de entonar que “volveremos a ser campeones como en el 86”. Entre ellos, cientos de hinchas de Boca que una vez más estuvieron a la altura de las circunstancias. Pese a que algunos digan que son de otro país, los bosteros acompañaron a su querida selección y dejaron bien en claro que para ganar se necesita tener aliento.

Domingo 22 de junio de 2014

Regreso a casa. Sin mucho más que agregar. Lo describo con una frase que me dijo un hombre en Brasil que compraba una cerveza mientras su hijo, de no más de 6 0 7 años lo miraba: “Una vez que venís a un Mundial, no parás más”.

Algunas imágenes de los hinchas de Boca en el Mundial de Brasil

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