Entonces uno se reinventa,
evita pagar en efectivos sus errores,
sus falencias.
Trata de entender cómo concretar
el amor infinito, tiñéndolo de los colores robados,
o tomados prestados de una bandera.
Hoy el amor propio duele.
Y no hay peor (o mejor) amor que el propio.
Ese que nos pide más,
y sin pedir recibe en cuotas gigantes
esa inmortalidad. Esa infinita conexión.
Esas ganas locas y alocadas ganas de seguirlo.
El amor es absurdo muchas veces
y no entiende de explicaciones.
¿Quién se las va a dar?
¿Quién se las puede dar?
¿Quién las quiere dar?
Ni el amor, ni nosotros necesitamos de explicaciones.
Tampoco necesitamos de muestras de una fidelidad
que se hereda y contagia. En todas las generaciones.
En todos los barrios, defendiendo el Barrio.
Resultadistas, dicen los que no entienden,
amargados, los que no quieren entender,
tristes, los que no saben nada de nada.
Lo peor para ellos,
pero lo mejor para nosotros es sabernos
con una sonrisa el domingo.
Reinventarnos en la esperanza,
en la gloria,
en las ganas de vivir.
Donde Boca está más presente que nosotros mismos.
Donde ser Bostero es lo mejor en un mundo de obvios,
lo más honesto en un mar de mentiras.
Porque la verdad, es nuestra.
Y tan nuestra es como la muerte que algún día llegará.
Pero que si es por Boca, la podemos adelantar.
Lo peor para muchos, es que es cierto.