En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, la Copa Libertadores 2003, a 15 años de haberla conseguido.
“Si el amor es fantasía, últimamente me encuentro en pleno carnaval” escribió Vinicius de Moraes alguna vez. Hoy se cumplen 15 años de uno de los carnavales más lindos, el pentacampeonato de América. Justo en otro aniversario importante: el día que empezó todo, hace 20 años, en la primera práctica de Bianchi con Boca…
La vuelta
Luego del segundo puesto en el Apertura 2002, el “Maestro” Tabarez dejó su cargo. El dolor de su partida se tapó con la inmensa alegría de una vuelta. Era la de Carlos Bianchi, que en conferencia de prensa, un día antes de la Nochebuena, confesaba: “Los hinchas lo primero que me han pedido es que volvamos a Tokio. Me lo piden como si fuera fácil…”
Esos primeros días del 2003, el ambiente era diferente. La confianza renovada por la vuelta del Virrey, nos daba una seguridad innegociable de que se podía dar. De que sabíamos lo difícil, pero con él en el banco todo era posible.
Una copa sin fisuras, pero con un susto
El camino empezó el 20/02 en una fase de grupos en donde Boca iría muy bien, en los primeros tres partidos que habían sido con victorias frente a Independiente de Medellín, Colo – Colo y Barcelona de Ecuador. Pero luego se complicó, al empatar en dos fechas y haber perdido en Colombia. De ese modo quedábamos segundos.
La ida de los octavos de final, nos dieron un cimbronazo y la seguridad de que con la camiseta no se ganaba más. El ignoto Paysandú, nos ganaba en la Bombonera e hizo temblar el sueño del Penta. Además de llamar la atención por un tal Iarley, que no sólo sería goleador esa noche, sino ídolo nuestro tiempo después. Pero en la vuelta apareció la mística y Guillermo que tuvo una noche inolvidable. Pero el primer chico también lo fue. De hecho los brasileros sacaron una camiseta alusiva a la victoria más importante de su historia…
Luego llegó Cobreloa, a quien Boca le ganó en Chile y de local (4 a 2 en global), con penal atajado por Abbondanzieri, quien empezaba así su historia grande en Boca. En semis llegaba, después de darle un baile a River, América de Cali. Ahora el baile era para ellos. 6 a 0 global, entre los dos partidos con un Schiavi como estandarte y un Tevez endiablado y un fútbol de primer nivel. Carlitos empezaba a ser Tevez.
A la final llegábamos con buena racha, pero en frente estaba el único invicto de esa copa y quien nos había ganado 40 años antes nuestra primera final de Copa: Santos.
Como era de costumbre, debíamos definir de visitante, en un lugar conocido como el Morumbí.
02/07/03
Cuando llegó el 2 de julio, ya había pasado la primera final. Ya el global era 2 a 0 para nosotros, gracias a los goles del “Chelo”, que se reivindicaba en Boca. Él, uno de los delanteros más importantes de nuestra historia y menos reconocidos, hacía olvidar su actuación en Japón y nos permitía ilusionar con volver allá.
Para ese 2 de julio ya había pasado el primer partido, en una Bombonera repleta, con una cascada de papeles y los abrazos con Riquelme. Ya habíamos estado con la bandera de cábala, con mis hermanos y los ravioles de Juanita. Ya nos habíamos quedado roncos y ansiosos. Ya habíamos llorado de los nervios, ya habíamos visto a los de River haciéndose de Santos incusive jugadores y dirigentes, ya sabíamos de los fanáticos brasileros asegurando que nos metían 4, que se repetía lo de la final con Pelé. Pero faltaba lo mejor…
La jornada del partido de vuelta, había amanecido con frío en Villa María. Cinco años después del primer entrenamiento del “Virrey”, ese tipo canoso nos podía dar la tercera Libertadores bajo su mando. Cinco años y la fantasía en su máximo punto, al igual que el amor.
A la noche ya estábamos exhaustos y uno hasta sin bañarse, para no romper con una cábala poco higiénnica, pero muy efectiva. No sé porque aceptamos que un hincha de River viera el partido con nosotros. O sí, para que supiera lo que era festejar como le habíamos dicho. Maxi, esa noche no diría nada, se comportaría como un duque. Otra no le quedaba.
La cena fue entre cortada, por la salida del equipo, por la emoción latente. Por las ganas de verlo co Rubén, que estaba sufriendo bajo la garúa de esa noche, en la estación de servicio. Todos debidamente ubicados alrededor de la mesa: Franco, Benja, Lucas y el de la contra. Mientras mi vieja pedía que estuviésemos tranquilos: imposible.
Cuando terminaban esos primeros veinte minutos que había que aguantar siempre, Tevez luego de una equisita pared con Battaglia lograba el primer gol. Era fiesta ya todo, pero sobre todo por él. Era fiesta ya el Morumbí y cada rincón del país. Era fiesta azul y oro, con la chapa de campeón en un estadio donde enmudecimos a la marea blanca. Era fiesta y los abrazos lo confirmaban.
En el segundo tiempo no pasó mucho, hasta que a los ’75, uno de sus defensores a los que Carlitos había tratado de lentos y posibles de encarara facilmente, metió un zapatazo desde muy lejos. 1 a 1 por culpa de Alex. Pero cuando parecía que la fiesta podría pasar de azul y oro a blanca como pensaban los brasileros, llegó uno de los goles más gritados. A los 83 el Chelo Delgado, luego de que el relator le gritara a Fabiano que le afanaban la pelota, ante la salida casi a la mitad de cancha de Fabio Costa, la cruzó y la pelota entró despacio, suave, de manera inolvidable. Una postal imborrable.
Se cumplía lo que había dicho Leo, de “pueden estar seguros: vamos a hacer llorar a Boca”, pero de felicidad. Fue salir a la calle arrodillarse y llorar. Gritar, con el alma. La Copa era nuestra, nunca había estado en peligro, pero ahora era nuestra. Un abrazo interminable al volver a la cocina, gritar. Y seguir gritando. Revivir y seguir viviendo. Disfrutar y seguir gozando.
Al final un penal que era para roja le dio a Schiavi la chance del tercer gol, para que ya fuese solo algarabía. Mientras los suplentes ya cantaban por el campeonato y no por el gol. Cuando las remeras tenían una leyenda para las gashinas. Cuando sólo se escuchaban las bombas un miércoles a la noche, cuando la neblina se apoderaba de todo. Pero no de nosotros. Que brillábamos más que nunca y como siempre gracias a Abbondanzieri, Ibarra, Schiavi, Buurdisso, Clemente; Battaglia, Cascini, Cagna, Villarreal; Delgado y Tevez.
Mientras Bianchi decía que no había ganado Boca sino el fútbol argentino, nos fuimos en la chata de René – padre de Benja a abrazar a mi viejo. La sonrisa no nos entraba en el cuerpo. La emoción se transmitía con un abrazo.
La noche llegaba a la mitad, cuando toda la ciudad fue a festejar a la Plaza. En el día en que se cumplían cinco años del primer entrenamiento de Carlos en Boca, en Tandil. Allí había empezzado a cranear nuestros viajes a Japón. “Es que los hinchas de Boca me paran en la calle y me pide que volvamos a Tokio. Me lo piden como si fuera tan fácil. Ojalá pueda cumplirles el deseo”, decía en la conferencia al volver. Y lo había hecho.
“Si el amor es fantasía, últimamente me encuentro en pleno carnaval” escribió Vinicius de Moraes alguna vez. Y aquella noche, fuimos más fantasía que nunca. Fuimos el amor más puro. Fuimos plenos carnavales azules y amarillos. Fuimos lo que había empezado, en la misma fecha, pero cinco años antes.