Sin ser del riñón del club, Miguel Ángel Russo se enamoró de la pasión de la gente de Boca, de la manera de ser que tenemos, del estilo de vida que elegimos hace tantos años y de lo que genera nuestro escudo en cualquier rincón de la sociedad.
Con perfil bajo y sin hacer demasiado ruido, captó enseguida lo que le pedimos a cualquiera que tenga el privilegio de representarnos: humildad, sacrificio, trabajo y resultados. Las formas y las maneras siempre importan.
En 2007 nos hizo tocar el cielo con las manos por sexta vez en nuestra historia, ganando aquella inolvidable Copa Libertadores en Porto Alegre, y en 2020 regresó para seguir haciéndonos ganadores, después de arrebatarle un torneo memorable al eterno rival. Ahora, en un momento poco grato de nuestra institución, deportivamente hablando, decidió pegar la vuelta.
Poniendo el pecho sin preguntar, y sacando dinero de su bolsillo para pagarle a los que le deben, nunca le esquivó a las dificultades y jamás comulgó con la idea de tirar la toalla. Por lo tanto, nuestra obligación será exigirle, porque sabemos de qué está hecho, pero sobre todo protegerlo de los que le van a querer dar clases de moralismo barato.
“A Boca uno nunca le puede decir que no”, declaró Russo hace unos años. La frase, al igual que su sentimiento por nuestros colores, logró vencer al paso del tiempo. Bienvenido a casa, Miguel. Y gracias por poner el corazón sobre todo.