Primero, lo primero: soy de la escuela que celebra las desgracias deportivas del rival de toda la vida. No importa si es un partido amistoso, la definición de un torneo local o un mano a mano por la Copa Libertadores de América. Lo digo sin ningún temor: gracias, Palmeiras.
Ahora sí voy al grano: al margen de una nueva eliminación de un River y de la alegría que provoca verlos afuera, Boca tiene que pensar en Boca, como dijo alguna vez Diego Armando Maradona, y mentalizarse en que su obligación principal de cada año es jugar la Copa.
Lo que ocurrió en 2024, donde debimos conformarnos con participar de la Copa Sudamericana, y en 2025, donde Alianza Lima nos provocó, a mi entender, una de las peores derrotas en La Bombonera, no puede volver a repetirse. Lejos de enceguecerme con eso de que hay que ganarla sí o sí, sostengo que por televisión no puede mirarse más.
A diferencia de lo que ocurría cuando yo era un pibe, allá por la década del 90, hoy hay mil maneras para clasificar a la Libertadores: antes iban solo los campeones, mientras que ahora se puede ingresar a través de la tabla anual, ganando la Copa Argentina o siendo campeón de alguno de los dos torneos cortos que dispone la AFA. No sé si es más o menos difícil que antes, pero un club como Boca debe decir presente todos los años en el certamen que nos moviliza por completo. No hay excusa que valga.
Hay un pueblo entero esperando por ese bendito sorteo que te organiza las vacaciones, te marca el ritmo de vida, te hace planificar nuevos viajes y juntar el mango para cruzar cualquier frontera. No nos fallen de nuevo: el 2026 tiene que empezar con Boca adentro de la Copa.