Otra de esas noches tristes. Otra vez ese dolor en el alma. Otra vez escribiendo algo que no quisiera escribir nunca más, al menos por un largo tiempo. Inaguantable.

En menos de seis meses nos vaciaron, deportivamente hablando: el papelón de la Libertadores contra Alianza Lima, el temeroso modo con el que salimos a jugarle a River allá, la eliminación ante Independiente, el poco carácter para dar la talla en partidos bisagras y la facilidad para quedar en deuda de manera permanente.

Pero ojo que no todo pasa por quienes hacen las veces de futbolistas. Afuera, del otro lado de la raya, también hay responsabilidades. El plan del Consejo de Fútbol no funcionó. Quizá llegó la hora de pegar un volantazo, bajar el perfil, ejecutar mejor y dejar de lado las declaraciones sin sentido que solo van a contramano del sentir del hincha.

Desolación. Otra vez, Boca no estuvo a la altura de un partido importante.

Pasar por alto la figura de Juan Román Riquelme sería no entender nada. Por su rol, el máximo responsable de lo que estamos viviendo. Criticarlo y exigirle no hará quererlo menos. “La memoria es el único paraíso del que no nos pueden expulsar”, dijo el Indio. Pero la paciencia no es infinita, se acaba. Por eso, por el bien de Boca, que siempre estará por encima de todo, deberá entender que así no va.

Levanten la cabeza, miren las tribunas y observen a la gente. En las caras de los genuinos encontrarán la realidad. Nunca vayan a creerse más importantes que ellos. En medio de la desolación, un pedido de corazón: jueguen, gestionen y gobiernen para lo más grande que tuvo, tiene y tendrá el Club Atlético Boca Juniors.