Con Riquelme como valuarte principal y un equipo solidario y compacto, Boca estira su racha invicta y se ilusiona con el título.

Dieciocho partidos sin perder no son poca cosa ni se logran de casualidad. Hay un trabajo que comenzó en el torneo pasado y el club fue inteligente al bancar la labor de un técnico aunque de arranque los resultados no se daban.

De mitad de cancha hacia adelante, manejado por Juan Román Riquelme en un nivel altísimo y como líder máximo, el equipo funciona y eso también fortalece las actuaciones individuales. Un ejemplo claro es el de Walter Erviti, quien cada vez está más cómodo en esta estructura, igual que Leandro Somoza.

Boca es un equipo solidario, todos colaboran en ataque y en defensa. El Xeneize está seguro, sabe que si convierte es muy difícil que le empaten porque cuenta con una defensa sólida y un mediocampo que hace muy bien su trabajo, tanto para ayudar a la última línea como para juntarse con el diez y armar juego arriba. Y si esa parte de la formación Xeneize falla, Agustín Orión está muy firme desde el arco cuando las papas queman.

Está claro que ganar los partidos por un solo gol de diferencia supone un riesgo hasta el último instante, pero en cuanto al juego la superioridad siempre es mayor y si se sigue en este camino pronto se notará también en el marcador.

Todavía no se ganó nada, pero no se puede negar que este equipo está para pelear arriba, entre otras cosas porque tiene bien definida su identidad y comienza a recuperar esa tan preciada mística que lo lleva a ganar partidos claves y a hacerse fuerte en casa. Motivos para ilusionarse sobran, habrá que confirmarlos.