Al igual que el partido contra Quilmes, Boca decidió el desarrollo del partido. Goles a favor, goles en contra, manejo de los tiempos y ocupación del campo.
El duelo ante Banfield en la Bombonera fue una muestra de que Boca puede si quiere, pero lamentablemente a veces parece que no quiere. En la primera mitad faltó el gol, el resto estuvo bien. Situaciones no fallaron: una clara de Palermo, dos buenas de Riquelme más un tiro de afuera muy desviado, uno de lejos de Monzón y muchas otras que los centros desde las bandas, particularmente Mouche y Chávez, no llegaron a destino. La parte defensiva estuvo a años luz de brillar, como siempre, pero como el equipo tenía la pelota, Caruzzo e Insaurralde, que no para de pegar, sufrieron poco.
Lo que sí faltó fue contundencia. Tras el gran primer tiempo, apenas comenzado el segundo Colazo abrió el marcador. Desde ahí hasta el empate de Banfield, Boca se dedicó a tener la pelota sin profundizar, a toquetear, como si la diferencia fuera de tres o cuatro goles. Acá se equivocó, acá “no quiso” ganar.
En lugar de buscar el segundo con la intensidad de la primera mitad, los ataques se diluían en la banda derecha, con un Mouche ya intrascendente y un Riquelme parado durante los últimos 25 minutos, sin ganas aparentes de estirar el marcador.
Claro, luego llegó un centro y Luchetti saltó atrás de un jugador de Banfield y el partido terminó 1-1. ¿Qué se esperaba de Banfield? ¿Qué entre tocando por el medio? ¡Obvio que iban a tirar centros! Riquelme no tocó más la pelota por estar varado en el círculo central, Chávez quedó solo y para peor, Falcioni en lugar de sacar a JRR y armar un 4-4-2, sacó a Mouche, y así Boca quedó completamente replegado atrás.
Boca cuando quiera acelera y gana. Cuando pierde las ganas y se relaja, Banfield lo empata sobre la hora, Quilmes arranca 2-0 arriba, etc. Todo depende de Boca, quizás por eso todavía ni siquiera ha entrado a la Sudamericana.