En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, el primer Superclásico que jugó Maradona en un año glorioso…
Hay que empezar esta nota con lo que puso hoy en su cuenta Coleccionista de Boca: “La foto del diario. El diario de la foto. La hermosa sonrisa del Diego viendo los periódicos del día después del inolvidable 3 a 0 del 10/4/81”.
Yo no sé si Maradona ya sabía en lo que se empezaba a convertir horas antes en La Bombonera y frente al rival de siempre. Pero desde esa noche nada fue igual. Porque gracias a él fuimos Gardel, lo máximo, pero después de esa noche Boca empezó a ser Maradona…
Diego fue revolución desde bien empezado ese Metropolitano, que lo iba a tener levantando el puño en alto en la última fecha. Pero que lo tuvo con los rivales a sus pies, como aquella noche.
El pueblo ya había empezado a tener a su líder el 22 de febrero, cuando Diego Armando Maradona debutó en Boca y debutó en la red de La Bombonera. Una multitud fue a ver al mejor de todos, que había sido victimario de Boca años antes, vestido de rojo. Pero ahora tenía la camiseta que siempre había querido y eso se demostraba en su rostro y en sus ganas: “Era una situación rara: River con toda la plata y sin mis ganas; Boca, sin un mango y con toda mi pasión”. Eso lo dijo años después. Pero en 1981, hace 40 años, el amor entre Boca y Maradona empezaba a escribir su página y en una noche como hoy, de aquel año, su párrafo más dorado.
La noche del 10
“Tengo una fe ciega, le vamos a ganar. No sé, últimamente noto al equipo mucho mejor, enchufado, nos vamos entendiendo”, decía un ruludo Maradona antes del partido.
Boca venía puntero e invicto, pero como siempre y desde siempre, le criticaban no haberle ganado a nadie, siendo que ya tenía dos clásicos en su haber y de visitante ganándole a San Lorenzo y a Independiente. Pero todo el mundo se empezaba a preguntar si realmente era lo que se aparentaba. Para eso había que jugar contra los primos.
Miércoles 10 de abril de 1981. Es de noche y en Buenos Aires llueve. Se va a jugar la décima fecha. Sí, en la fecha 10, del día 10, el 10 iba a brillar. En frente un equipo con varios pesos pesados. El quipo que iba tres puntos debajo de Boca y que llegaba aguar la fiesta de la mitad más uno: Fillol; Saporiti, Pavoni, Passarella, Tarantini; J.J. López, Merlo, Alonso, González; Kempes y Commiso. Y Ramón Díaz en el banco. Dicen que eran muchísimos los que apostaban por los visitantes, porque no sabían como podría pesar en Maradona la presión del partido. Dicen que también ellos se rindieron ante Diego.
Rodriguez; Pernía, Mouzo, Ruggeri, Córdoba; Benítez, Krasouski, Brindisi, Escudero; el Diego y Perotti, fueron los que no pudieron hacer mucho en medio del barro, la lluvia que no paraba, los roces que le ganaron al juego, la expulsión de Escudero y Merlo para que -oh casualidad, quedasen con 10 por lado- y un 0 a 0 que no se movió en 45 minutos.
“Cuando la noche es más oscura, se viene el día en tu corazón” cantarían quince años más tarde los Redondos. Alguna vez imaginé que esa frase se pudo haber gestado aquella noche. Pero no solamente la letra, si no la música. Porque el genio frotó la lámpara, Maradona empezó a entonar como si fuese el “Zorzal Criollo” y comenzó a cantar el mejor tango, el director empezó a mover la batuta y empezó el baile.
La otra figura de ese Metropolitano, que estuvo a la par de Diego Armando se hizo un festín y empezó a entrar en la galería de los ídolos. Miguel Brindisi esa noche se hubiese llevado los flashes si el “Pelusa” no hacía lo que hizo.
Todo comenzó a fluir a los 10 minutos – sí, a los 10- del segundo tiempo, cuando Miguelito quedó sólo frente al arco, cuando le cayó la pelota después de que Maradona no pudiese frente al “Pato” y cayera él. Ley de ventaja, para que Boca se pusiera en ventaja. Avalancha, corridas, abrazos… Los mismos que se repiteiron cinco minutos más tarde cuando el mismo Miguel Ángel le pegó de arrastrón desde la puerta del área, ante un estático arquero gallina, para poner el 2 a 0.
Dicen los que estuvieron y quienes lo vieron por tele que fue una cosa de locos lo que se vivió. Tal vez por eso el gol fue a los 22 minutos, para jugarle de por vida a la quiniela de la vida. Para apostarle todas las fichas al tipo que más emocionó y enloqueció al país con la celeste y blanca, pero a la mayoría de este con la azul y oro.
Si el futbol es poesía, Maradona fue el mejor poeta. Y si la poesía es la única verdad, como canta Gustavo, entonces esa noche se dio una de las máximas maradonianas. Porque la poesía es hacer más hermoso cualquier cosa. Todo gol vale uno, pero no pasa a la eternidad si es así nomás. Y Diego con Boca y para Boca nunca fue así nomás. Por eso, esa noche, en medio del barro sacó uno de los mejores diamantes. Escribió un poema para siempre, que hablaba de luchar y festejar, de poder hacer algo hermoso, hacer arte en medio del verde césped que ya era marrón barro. Él, que salió del barro sabía muy bien cómo hacerlo.
Se proyecta Córdoba, en una corrida memorable, para que tire un que le cae en la zurda a Diego. La duerme con una facilidad y de una forma que sólo los genios pueden hacerlo. Como si fuese un bailarín, cuando los tapones se hundían en el área, quiebra la cintura para dejar casi quebrado a Fillol. Que se desparrama, que ve como un pibe le falta el respeto a un campeón del Mundo -ni se imagina que en cinco años ese pibe también será Campeón del Mundo para que lo respeten para siempre-, que observa desde una posición privilegiada la jugada que está por hacer. Esa noche, en que enloqueció a todos también lo hizo con los rivales. Porque el defensor que debería haberlo marcado, va a ser el que se tire como si fuese arquero. El arquero que debiera estar arrojándose para sacar esa pelota, queda atrás como si fuese el último hombre. Tarantini se desespera ante la tranquilidad de Maradona, que juega con las pulsaciones de tantísima gente que lo ve desde la popular. Casi como si fuese un juego de niños para él, como cuando estaba en el potrero, casi que gasta al rival tirándole la pelota a contra pierna desde donde venía. Tarantini se desparrama, se cae y se rinde ante él. Como el arquero millonario. Como la popular visitante que mira sin querer mirar. Como el pueblo bostero que mira sin poder creer. Como los que no creían y ahora empiezan a profesar una fe diferente, de un tipo con un 10 en la camiseta.
Brindisi, el que hubiese tenido los flashes, corre a abrazarlo. Pero no es el único que lo hace. Del otro lado de la línea, el primer flash que roba es el de un fotógrafo que se resbala y casi no no lo enfoca cuando dispara. Es la única manera de capturarlo…
La Bombonera es una fiesta. Hay una avalancha de abrazos al aire que baja y lo quiere levantar en andas. Hay gente emocionada, como ahora, 40 años más tarde de esa noche única y mágica. Hay una algarabía infinita, porque se le gana a los hijos, se mantiene la punta y se entiende que se está presente, para algo y alguien que va a trascender tiempo y espacio. Que va a obligar que una revista titule “Boca es Mañana. River es ayer”. Que si hubiese puesto “Maradona es mañana” estaba bien. Porque siempre renacería y vencería la finitud. Que siempre sería una de las razones por la que -pase lo que pase- Boca sea mañana….
Maradona con 20 años ya era “el hombre más feliz del mundo” y la hinchada de Boca lo emulaba en ese estado. Al otro día la sonrisa de él era la de todos. Porque el que había cumplido el sueño de Don Diego de jugar en Boca, empezó a hacer soñar con los ojos abiertos a quienes nunca habían pensado tener a alguien así. Al otro día el que tenía una fe ciega de ganar el superclásico, era el más buscado de la Argentina, porque en esa noche del 10 de abril había hecho algo que emocionaba inclusive hasta a quienes no podían ver.