En esta sección les presentaremos una serie de escritos que reflejan la pasión por Boca Juniors. En esta entrega, los 25 años de la consagración en el Torneo Apertura 1992.

Hasta que el ’98 cambió para siempre nuestras vidas -de bosteros- hubo un festejo eterno, en los primeros años 90. Épocas de supuestas bonanzas económicas para los argentinos, que pagaríamos después. Algo de eso, le había pasado a Boca, que –raramente- sufrió haber comprado al mejor de la historia. Veníamos de años de casi quiebra, de una agonía sin fin. Un letargo de esos que hasta los injustos quieren que termine. Veníamos de números pintados, de jugadores que cambiaban de vereda olvidándose de las raíces. Veníamos de Bombonera clausurada, de goleadas históricas en contra, huelgas…  La década de los 80, había sido muy dura. Las cargadas interminables. Lo único que nos quedaba era llenar la cancha como nadie, llevando el carnaval donde jugara Boca. Veníamos de una final que era un puñal sangrante, luego de un subcampeonato en el último año de la década anterior.

Parecía que el maleficio seguiría, pese a la llegada de Oscar  Tabárez. Pese a la Supercopa y Recopa ganada, pese a la Copa Máster de mayo de ese mismo año. Pese a que el penal de Giunta en la Doble Visera, parecía ser un oasis en medio del desierto.

La base fue la del ‘91. Llegaron algunos jugadores más, pero la base fue esa. La del tiempo en que la AFA decidió que solo había un campeón, justo cuando Latorre y Batistuta se iban con la Selección. Pese a todo, faltaba una alegría así: El Apertura 1992

El torneo

Antes de los Halcones y las Palomas, el vuelo fue glorioso. Para eso, ayudó la llegada de “Pásula” como se lo conocía a Sergio “Manteca” Martínez en Uruguay. Un pájaro chiquito pero veloz. Diferente a Charles, tal vez uno de los brasileros que llegaron con más laureles, que se marchitaron en poco tiempo. De todos modos formó parte del equipo en la primera fecha.

Esa primera fecha fue ante Mandiyú en Corrientes. Un 0 a 0 que sirvió para entender eso de la columna vertebral y el nuevo reglamento, que hizo que Navarro Montoya no pudiese agarrar la pelota, cuando se la pasara un compañero. Contra Belgrano llegó la primera victoria. Quien empezó el camino de los goles fue Roberto Cabañas y lo siguió José Luis Villareal de penal.

Se empató con Talleres y se recibió a Velez.  Los mismos jugadores remarcaron ese día, como un golpe anímico importante. Y lo demostraron en la cancha, cuando se emocionaron con el tercer gol hecho por el “Beto” Márcico, que daba la victoria. Y a los días cuando en cancha de Independiente, “Villita” tuvo su noche con dos goles frente a Lanús.

El equipo salía de memoria, sobre todo en defensa. Por eso el récord del “Mono” comenzó a partir del minuto 44 del primer tiempo y se iba a cortar 824 minutos después. Ocho partidos después, se entendía que una de las razones del andar de Boca (y de su récord histórico), no solo eran los reflejos de él, sino la importancia de una defensa que en las primeras fechas, tuvo a Soñora, Simón, Giuntini y Mac Allister, defendiendo el área como una trinchera.

También eran partidos donde la suerte acompañaba. No solo e las jugadas, sino de tener a Cabañas de nuestro lado. Uno de los artífices junto con Blas y el “Beto” de ese equipo, de pantalones altos, sucios por la gloria, jugando a todo o nada. Y hablamos de Cabañas, porque sabía cómo gritar los goles. Lo demostró frente a San Lorenzo, luego de una jugada que comenzó con un tiro en el palo de Acosta. Él sabía cómo había que jugar y cómo vivir los partidos. Del otro lado de la línea, Tabárez hacía lo mismo. Que también se llenó la boca de gol, cuando Carranza le marcó a Argentinos, Luego de los goles contenidos, vs Ferro una semana antes. Todo esto, antes de la fecha 10.

El quiebre

Y la fecha diez, no fue otra que la del Súper Clásico. Tiempos en que se entraba a la cancha, sabiéndose ganadores frente a ellos, que en ese momento ya estaban segundos. A todo Boca le había dolido la lesión de Juan Simón, unos días previos. El “Maestro” mandó a Luis Medero, que no durmió hasta después del partido. Se defendía el 1 a 0. Se jugaba bien a lo Boca. transpirando,  aguantando, resistiendo. Dejando todo en cada pelota y cada partido.

Fu el día del primer festejo interminable, porque ellos se sabían perdedores, porque Martínez se subía al alambrado para estar “más cerca de la gente”, porque bien a lo Boca este equipo defendía con alma y vida el 1 a 0. Y si no, lo dejaban al Mono, que hacía la lógica y le tapaba un tiro cruzado a Hernán Díaz, mientras Comizzo lo escuchaba por radio. De golpe, el campeonato no era un anhelo solamente.

Después del clásico, el 3 a 0 contra Central, usando por única vez una de las camisetas más raras de Boca y la visita para empatar en 0 con el verdugo rojinegro, del año anterior.  Los hermosos goles de Tapia, frente a los clubes de La Plata. Y después, cuando parecía que ya estaba encaminado todo, el sufrimiento. Sufrir. Sufrir mucho, por los puntos perdidos. De local contra Independiente, que se profundizaba por un penal del “5” cordobés que mandó muy por encima; el empate del “Turco” García en el Cilindro y uno de esos partidos de la mala racha –extraña- contra Deportivo Español. Porque habían salido confiados, porque se festejaba antes de tiempo, porque era una obsesión ese torneo. Porque habían pasado 11 años del último. Porque estos 11 leones, se debían algo así. Porque el pueblo quería seguir soñando. Po eso el 11 de diciembre, el respirar nuevamente.

Para eso, Medero llevó tranquilidad con uno de los mejores goles de nuestra historia, frente a Platense. Era el 3 a 1, después del desconcierto con el descuento calamar. Era hacer valer más los goles del “Manteca” y el festejo lleno de piruetas de Roberto.  Fue la noche en que el relator cerró su micrófono, ante tanta lindura. Fue el saber que se dependía únicamente de nuestros jugadores. Menos mal…

 

El otro pibe de oro (héroe impensado)

El mejor escenario era en Brandsen 805, aquel 20 de diciembre. No había otra palabra que no fuera la de campeón. No había mejor lugar para estar, por más que algunos estaban incomodos de los techos de los palcos, o sentados en las rejas. No entraba nadie más.

Fue el cagazo de los jugadores, el golpe duro del gol de San Martín de Tucumán –antes de los 20 minutos- por medio de Solbes. Entonces fue también, la regla fundamental para que el Jugador N° 12, pueda también influir: Cantar más fuerte que antes, entender que el equipo necesitaba un empujón y asustar a los tucumanos, que iban ganando y ni siquiera festejaban. “Parecía que el gol lo hubiésemos hecho nosotros”, diría nuestro “7” uruguayo.

José Luis Villarreal se había lesionado en la semana. Entonces Tabárez, tuvo que solucionar el problema rápidamente. ¿La solución? Otro cordobés, que había llegado a Boca con 14 años y que en Primera tendría un paso fugaz, pero inolvidable. Hablamos de Claudio Benetti, el héroe de aquella noche. El responsable del segundo festejo interminable del torneo, que también se subió al alambrado para estar con el pueblo. Para darnos ese regalo maravilloso. Para entrar entre todas las camisetas rojiblancas y meter el derechazo cruzado. Para tomarse la cabeza mil veces sin entender nada. Para emocionar hasta las lágrimas a todos. Para que el Presidente que miraba desde la tribuna, en medio de la gente, estuviese más Alegre que nunca.

Boca empataba apenas empezado el segundo tiempo. Ya no se dependía de ningún resultado. Ya La Bombonera, era el mejor lugar para la fiesta. Ya el festejo era interminable, para toda la gente que había llenado el lugar cinco horas antes del partido.

Cuando el árbitro dio el final, un rugido que salió desde las entrañas estremeció todos os puntos del país. Inclusive a los jugadores, que no quisieron saber nada con festejos televisados. Se fueron en el camión de La 12 a festejar por las calles. Ya había pasado el susto por el alambrado que se cayó, por los jugadores y la gente subida –casi una tragedia-. Ya Giutini había dicho que estaba bien, pese a la sangre por este incidente. Ya Benetti se había olvidado de todo, porque un pelotazo en la cara le borró cosas de su noche soñada. De la cancha al hospital y del hospital, a tener ráfagas de memorias. El pibe fue Gardel poco tiempo. Pero lo fue y le seguimos agradeciendo.

El Apertura 1992 era algo que nos debíamos. El carnaval había guardado las mejores máscaras, para esa noche. Cuando todos éramos una sola cosa. Todos y todo era Boca. Como los riojanos con la chaya, que se enharinan para maquillar las penas, el país se vestía azul y oro, para reencontrarse con sonrisas en las caras.

Hace 25 años el desahogo histórico. El amor más allá de cualquier contratiempo. El sentimiento a flor de piel; la camiseta cuello en “V” de Victoria; jugadores que se convertían en ídolos, por saber jugar con huevos, sacrificio, amor por la camiseta, carácter, calidad, sabiendo que podían ser eternos, haciendo feliz a la mayoría del país; la historia que nos hacía un guiño; la leyenda que se agigantaba. El pueblo, que después de mucho tiempo festejaba.

Hace 25 años, faltaban 4 días para NocheBuena. De todos modos el regalo de Papá, ya había llegado…

 

 

 

 

 

 

Fuente: La Pasucci